* de Luis de Góngora
** de Niels Bohr
foto: Samuel Beckett contempla perro y gato, tomado de Entre Gulistán y Bostan

sábado, 31 de agosto de 2013

Mi alma es un vampiro grueso-Marosa Di Giorgio///Edvard Munch, Vampiro


                         Vampiro-Edvard Munch, 1894





Mi alma es un vampiro grueso, granate, aterciopelado.



Se alimenta de muchas especies y de sólo una. 



La busca en la noche, la encuentra, y se la bebe,



gota a gota, rubí por rubí.

Mi alma tiene miedo y tiene audacia.



Es una muñeca grande, 



con rizos, vestido celeste.

Un picaflor le trabaja el sexo.

Ella brama y llora.

Y el pájaro no se detiene.






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de La flor de lis- Marosa Di Giorgio ( Salto, Uruguay, 1935-2004)

lunes, 26 de agosto de 2013

La noticia-J.José ARREOLA//Marat, autorretrato-Edvard MUNCH

LA NOTICIA                             Yo acariciaba las estatuas rotas...
                                                                                        C.P.


El golpe fue tan terrible que para no caer tuve que apoyarme en la historia. Sin venir al caso me vi en la tina de baño, sarnoso Marat frente a Carlota Corday.
El suelo se me ha ido de los pies y la memoria en desorden me coloca en puras situaciones infames. Soy por Margarita de Borgoña arrojado en un saco al Sena, Teodora me manda degollar en el hipódromo, Coatlicue me asfixia bajo su falda de serpientes...Alguien me ofrece al pie de un árbol la fruta envenenada. Ciego de cólera derribé las columnas de Sansón sobre una muchedumbre de cachondas filisteas. (Afortunadamente siempre he llevado largos los cabellos, por las dudas. )
Una procesión de cornudos ilustres me pasó por la cabeza y yo elegí entre todos a Urías el hitita. Valientemente me puse a su lado en la primera línea del combate, mientras David se acostaba con Betsabé. Y nos dimos la mano, moribundos.
Finalmente me refugié en el rapto de las sabinas. Y allí, entre una bárbara confusión de cabelleras, brazos, piernas y alaridos, me hice el perdedizo. Dejé que se las llevaran a todas, tranquilamente, y la que estaba dándome la noticia se convirtió en un fantasma incoloro.
Como los romanos adoptaron hasta las niñas recién nacidas, la historia de nuestro pueblo concluye felizmente en la anécdota del rapto. No más asuntos de mujeres.
El fantasma incoloro que estaba dándome la noticia desapareció por completo y yo me considero, con justa razón, el último representante de la estirpe sabina.
De vez en cuando abandono mi soledad hombruna, paseo vagamente por las ruinas del Imperio y acaricio en sueños las estatuas rotas...

Juan José Arreola, México 1918-2001
La noticia-en  Bestiario, J.J. Arreola, 1959,
Edit. RBA Narrativas, 1ª edic. abril 2011



Muerte de Marat-1907-E.Munch


2ª versión,Muerte de Marat-1907-E.Munch





                                            Edvard Munch-autorretrato como Marat-en la clínica Jakobson-1908-9
                                                                         Copenhage


                                            





jueves, 22 de agosto de 2013

Nichita STANESCU (Ploiesti,1933-Bucarest,1983)






EL SUEÑO Y EL DESPERTAR

Como yo no entendía nada
ni tú tampoco,
hemos creído que somos de la misma edad.
Nos hemos confesado uno frente al otro
el más oculto secreto:
que existimos...
Pero era de noche y, ay, por la mañana,
terrible descubrimiento,
me había despertado con la sien sobre tí,
amarilla, gavilla, trigo.

Y he pensado: Dios mío,
¿qué clase de pan sería yo
y para quién?



de Segunda Elegía, Gética

En cada hueco estaba sentado un dios.

Si se abría una piedra, en seguida era traído
y colocado dentro un dios.

Bastaba que se rompiera un puente
para que en este sitio se sentara un dios,
o en las carreteras bastaba un hoyo en el asfalto
para que se sentara un dios.

Ay, no te cortes la mano o el pie,
por error o con intención,
en seguida pondrán dentro de la herida un dios,
como en todas partes.
Pondrán dentro un dios
para tener a quien rezar, puesto que él
defiende todo lo que se aleja de sí mismo.

Ten cuidado, campeador, no pierdas
el ojo
porque van a traer y meterán
en el hueco un dios
y él va a sentarse allá de piedra, y nosotros
moveremos nuestras almas glorificándole...
Incluso tu agitarás el alma
glorificándole como a un extranjero.

de Antología de la poesía rumana contemporánea (Edit.Elion, Bucarest, 2000, trad. de Darie Novaceanu).



Quinta Elegía

LA TENTACIÓN DE LO REAL
No me enfadé jamás con las manzanas
Porque fueran manzanas, ni con las hojas porque fueran hojas,
Ni con la sombra porque fuera sombra, ni con los pájaros porque
Fueran pájaros.
Pero manzanas, hojas, sombras, pájaros
Se enfadaron de pronto conmigo.
Heme conducido ante el tribunal de las hojas,
Ante el tribunal de las sombras, de las manzanas, de los pájaros,
Tribunales redondos, tribunales aéreos
Tribunales tenues, refrescantes.
Heme condenado por el no saber,
Por el tedio, por la intranquilidad,
Por la inmovilidad..
Sentencias redactadas en el idioma de las pepitas.
Actas de acusación selladas
Con vísceras de pájaro,
Refrescantes penitencias grises decididas para mí.
Estoy de pie, con la cabeza descubierta,
Trato de descifrar lo que se merece
Mi ignorancia…
Y no puedo, no puedo descifrar
Nada,
Y este estado de espíritu, él mismo
Se enfada conmigo
Y me condena, indescifrable,
A una perpetua espera,
A una concentración de los significados en sí mismos,
Hasta que adopte la forma de las manzanas, de las hojas,
De las sombras,
De los pájaros.


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No tropieza con nadie
ni se golpea con nada,
ya que no ofrece nada al exterior
con lo que pueda golpearse.

fuente  traducción del rumano Ionana Zlotescu y José María Bermejo

Sexta elegía  

Afasia

Estoy entre dos ídolos y no puedo elegir
Ni a uno ni a otro,
Estoy entre dos ídolos y llueve menudamente,
Y no puedo escoger ni a uno ni a otro
Y en la espera los ídolos se fosilizan
Bajo la lluvia menuda. Estoy aquí,
Y no puedo elegir entre dos
Trozos de madera, y llueve menudamente y no puedo
Bajo la lluvia putrefacta elegir. Estoy aquí
Y los maderos. Los dos, enseñan
Sus costillas blanqueadas por la lluvia menuda.
Estoy entre dos esqueletos de caballo
Y no puedo elegir a ninguno, estoy y
Llueve menudamente deshaciendo la tierra
Bajo los huesos blancos, y no puedo elegir.
Estoy entre dos fosas y llueve menudamente
Y el agua recorre la tierra con dientes
De rata hambrienta.
Estoy, con una pala en la mano, entre dos fosas, y no puedo, bajo la lluvia menuda,
Elegir cuál será la primera para luego taparla
Con la tierra mordida por la lluvia menuda.


II


Ni siquiera tiene presente,
Pero es difícil imaginar
De qué manera no lo tiene.
Es el adentro pleno,
El interior del punto,
Más apretado en sí que el punto mismo.




de Undécima elegía
VI

Heme
permaneciendo en lo que soy,
con banderas de soledad, con escudos de frío,
atrás, hacia mí mismo corro,
arrancándome de todas partes,
arrancándome de mi delante,
de mi atrás, de la derecha, y
de la izquierda, de mi arriba, y
de mi abajo, partiendo
desde todas partes y regalando
a todas partes signos del recuerdo:
del cielo - estrellas,
de la tierra - aire,
de las sombras - ramas con sus hojas puestas.


Poema

¿Dime, si algún día podré coger y besar la
planta de tu pie...
verdad que tú vas a cojear un poco, después,
con el temor de no aplastar mi beso?

 
Evocación

Era linda como la sombra de una idea —
sus espaldas olían como la piel de una niña,
a piedra apenas rota,
a grito en una lengua muerta.
No pesaba... era como la respiración.
Riendo y llorando a lágrima viva
era salada como la sal
que los bárbaros sirven en sus festines.
Era hermosa como la sombra de un pensamiento.
En todas las aguas solamente ella la tierra.

Emoción de otoño

Ha llegado el otoño, por favor,
cúbreme el corazón con alguna cosa,
con la sombra de un árbol, o mejor con la tuya.
A veces tengo miedo de no verte más,
que alas afiladas hasta al cielo me van a crecer,
que tú misma vas a esconderte en un ojo ajeno
y que va a cerrarse con una hoja de ajenjo.
Y entonces me acerco de piedras y me callo,
llevo todas las palabras y las ahogo en el mar,
silbo la luna, la levanto yo mismo y la convierto
en un gran amor.

Cuadriga
a Mihai Eminescu

Silba una cuadriga sobre la llanura
de mis segundos.
Tiene cuatro caballos, tiene dos luchadores.
Uno está con los ojos entre hojas, el otro
con los ojos en lágrimas.
Uno mantiene su corazón adelante, en los caballos,
el otro arrastra su corazón, atrás, sobre las piedras.
Uno aprieta los frenos con su brazo derecho,
el otro aprieta la tristeza entre sus brazos.
Uno se mantiene firme, con sus armas,
el otro con sus recuerdos.
Silba una cuadriga sobre la llanura
de mis segundos.
Tiene cuatro caballos negros, tiene dos luchadores.
Uno mantiene su vida en las águilas,
el otro, mantiene su vida en las ruedas trastornadas,
y los caballos corren, hasta que quiebran con sus bocas
el segundo,
corren hacia fuera, corren hacia fuera
y no se ven más.

traducción del rumano Ionana Zlotescu y José María Bermejo.

domingo, 18 de agosto de 2013

"Viraje decisivo", Rainer Maria Rilke en cartas a Lou Andreas Salomé








Carta enviada a Göttingen desde París hacia mediados de junio

París, sábado 20 de junio de 1914

Lou querida, he aquí un extraño poema escrito esta mañana, que te envío ahora mismo, y al que espontáneamente he titulado «Wendung» porque representa el viraje decisivo que se producirá probablemente con toda necesidad si tengo que vivir, y comprenderás en qué sentido lo concebí.
Tu carta en respuesta a mi estudio sobre las «Muñecas» la había presentido, suponiendo que me escribirías una de consuelo, que manifestara una impresión apropiada para ordenarlo. Y, en efecto, comprendo perfectamente lo que reconoces en ella, así como la última frase que las «palabras» son incapaces de expresar, esa última frase con relación a la unidad que la muñeca forma con lo corporal y sus más horribles fatalidades.
Pero, qué espantoso es que uno escriba semejante cosa sin darse cuenta de nada, so pretexto de hablar de un recuerdo de la más original intimidad, y que a continuación deje uno la pluma con ansias de revivir una vez más lo fantasmal, pero de manera ilimitada como nunca antes lo había hecho; hasta que, lleno a rebosar de estopa el cuerpo de títere en que uno mismo se ha convertido, se quede con la boca reseca.
Tu Rainer


Viraje decisivo

                                            El camino que lleva de la intimidad
                                           a la grandeza pasa por el sacrificio
.

                                                                                             Kassner

Lentamente se la ganó con la mirada en reñida lucha.
Los astros doblaban la rodilla
bajo la violencia de sus ojos alzados.
O volvía a contemplar arrodillado,
y el perfume de su insistencia
doblegaba algo divino,
ella le sonreía, adormecida.
Las torres que así contemplaba, se estremecían:
edificadas otra vez, hacia las alturas, de un vistazo.
Mas cuan a menudo, de día
sobrecargado, el paisaje, al anochecer
reposaba, tendido sobre su silencioso percibir.

Los animales entraban confiados
en la abierta mirada, paciendo,
y cautivos los leones
los observaban con sus ojos fijos cual una libertad inconcebible;
unos pájaros lo atravesaban con su vuelo,
a él, el insensible; unas flores
se reflejaban en él
grandes como en un alma infantil.

Y el rumor de que existía un contemplativo tal
conmovía a los menos
improbablemente visibles,
conmovía a las mujeres.

¿Mirando desde hace cuánto tiempo?
¿Desde hace cuánto tiempo privándose ya íntimamente
suplicando en el fondo de la mirada?
Cuando él, que vivía en la espera, un país extranjero,
sentado en la habitación de un albergue,
sentado en la habitación dispersa, alejada de él, que
lo rodeaba de un ambiente taciturno, y en el espejo evitada
de nuevo la habitación,
y más tarde, vista desde el fondo de su torturadora cama, otra vez
la habitación: entonces deliberaba esto al vacío,
imperceptiblemente, deliberaba a propósito de su corazón sensible,
en el fondo de su cuerpo trastornado de dolor,
de su corazón a pesar de todo sensible,
esto deliberaba y juzgaba ese corazón:
no poseía nada del amor.
(Y le eran rechazadas nuevas consagraciones).
Ya está, se ha puesto un límite a la mirada.

Y el universo mirado
quiere alcanzar su plenitud en el amor.
La labor de la vista está hecha,
haz en adelante la labor del corazón
con respecto a tus imágenes, esas imágenes cautivas; pues tú
las habías vencido: pero sigues sin conocerlas.
Mira, hombre interior, tu interior muchachita
conquistada en reñida lucha
contra mil naturalezas,
esta criatura sólo conquistada, todavía no amada.



Wendung

                                   Der Weg von der Innigkeit zur Größe
                                   geht durch das Opfer.
                                                                                     Kassner

Lange errang ers im Anschaun.
Sterne brachen ins Knie
unter dem ringenden Aufblick.
Oder er anschaute es knieend,
und seines Instands Duft
machte ein Göttliches müd,
dass es ihm lächelte schlafend.

Türme schaute er so,
dass sie erschraken:
wieder sie bauend, hinan, plötzlich, in Einem!
Aber wie oft, die vom Tag
überladene Landschaft
ruhete hin in sein stilles Gewahren, abends.

Tiere traten getrost
in den offenen Blick, weidende,
und gefangenen Löwen
starrten hinein wie in unbegreifliche Freiheit;
Vögel durchflogen ihn grad,
den gemütigen; Blumen
wiederschauten in ihn groß wie Kinder.

Und das Gerücht, dass ein Schauender sei,
rührte die minder,
fraglicher Sichtbaren,
rührte die Frauen.

Schauend wie lang?
Seit wie lange schon innig entbehrend,
flehend im Grunde des Blicks?

Wenn er, ein Wartender, saß in der Fremde; des Gasthofs
zerstreutes, abgewendetes Zimmer
mürrisch um sich, und im vermiedenen Spiegel
wieder das Zimmer
und später vom quälenden Bett aus
wieder:
da beriets in der Luft,
unfassbar beriet es
über sein fühlbares Herz,
über sein durch den schmerzhaft verschütteten Körper
dennoch fühlbares Herz
beriet es und richtete:
dass es der Liebe nicht habe.

(Und verwehrte ihm weitere Weihen.)

Denn des Anschauns, siehe, ist eine Grenze.
Und die geschaute Welt
will in der Liebe gedeihn.

Werk des Gesichts ist getan,
tue nun Herz-Werk
an den Bildern in dir, jenen gefangenen; denn du
überwältigtest sie: aber nun kennst du sie nicht.
Siehe, innerer Mann, dein inneres Mädchen,
dieses errungene aus
tausend Naturen, dieses
erst nur errungene, nie
noch geliebte Geschöpf.


Correspondencia Rainer Maria Rilke- Lou Andreas Salomé
a partir de la establecida y publicada por Ernst Pfeiffer 
(Max Niehans Verlag Zurich u. Insel Verlag Wiesbaden 1952) 
Prólogo de Pierre Klossowski
Postfacio de Miguel Morey
Traducción de José María Fouce
Barcelona, Hesperus, 1981 y 1997
Fuente del texto original en alemán
Foto: Rainer Maria Rilke, 1906, por George Bernard Shaw

agradezco su publicación  a Ignoria

jueves, 15 de agosto de 2013

Cascando-S.Beckett///Café Müller-Pina Bausch


 
fragm. inicial de Café Müller-Pina Bausch

obra completa, 1978


::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
 Cascando-Samuel Beckett, 1936
1
why not merely the despaired of
occasion of
wordshed

is it not better abort than be barren

the hours after you are gone are so leaden
they will always start dragging too soon
the grapples clawing blindly the bed of want
bringing up the bones the old loves
sockets filled once with eyes like yours
all always is it better too soon than never
the black want splashing their faces
saying again nine days never floated the loved
nor nine months
nor nine lives

2
saying again
if you do not teach me I shall not learn
saying again there is a last
even of last times
last times of begging
last times of loving
of knowing not knowing pretending
a last even of last times of saying
if you do not love me I shall not be loved
if I do not love you I shall not love

the churn of stale words in the heart again
love love thud of the old plunger
pestling the unalterable
whey of words

terrified again
of not loving
of loving and not you
of being loved and not by you
of knowing not knowing pretending
pretending

I and all the others that will love you
If they love you

3
unless they love you


==========

1

por qué no meramente perder toda esperanza en
la ocasión de hacer
derramamiento de palabras

acaso no es mejor abortar que ser estéril

después de que te vas las horas pesan como el plomo
comienzan siempre a rastras demasiado pronto
los garfios desgarrando ciegamente el lecho del deseo
exhumando los huesos los antiguos amores
cuencas alguna vez llenas con ojos iguales a los tuyos
siempre es mejor acaso demasiado pronto que jamás
el oscuro deseo salpicando sus rostros
diciendo una vez más nunca flotó lo amado nueve días
ni nueve meses
ni nueve vidas

2

diciendo una vez más
si vos no me enseñás no aprenderé
diciendo una vez más hay una última
incluso de las últimas veces
últimas veces de rogar
últimas veces de amar
de saber no saber aparentar
una última incluso de las últimas veces de decir
si no me amás a mí yo ya no seré amado
si no te amo a vos ya no amaré

el batir de palabras rancias una vez más dentro del corazón
amor amor amor el golpeteo de ese antiguo émbolo
prensando el inmutable
suero de las palabras

una vez más muerto de miedo
de no amar
de amar pero no a vos
de ser amado pero no por vos
de saber no saber aparentar
aparentar

yo y todos los otros que te amen
si te aman

3

a menos que te amen

::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
Cascando, 1936,Samuel Beckett (versión de Ezequiel Zaidenwerg)
el término Cascando alude al caudal decreciente de una cascada

martes, 6 de agosto de 2013

Canetti sobre "Diario de Hiroshima" del médico superviviente M. Hachiya///DOSSIER sobre Hiroshima y Nagasaki




Elias Canetti sobre EL “DIARIO DE HIROSHIMA” del médico M.Hachiya

Rostros que se deshacen en Hiroshima, la sed de los ciegos. Dientes blancos que sobresalen en una cara desaparecida. Calles ribeteadas de cadáveres. Sobre una bicicleta, un muerto. Estanques rebosantes de muertos. Un médico con cuarenta heridas. “Está vivo? ¿Está vivo?” Tendrá que oírlo muchas veces. Visita ilustre: Su Excelencia. En honor a él se incorpora en su lecho de enfermo y piensa que está mejor.
Por la noche, como única luz, las fogatas de la ciudad. Cadáveres ardiendo. Olor a sardinas quemadas.
Cuando ocurrió, lo primero que de pronto advirtió en sí mismo: que estaba totalmente desnudo.
El silencio, todas las figuras se mueven sin ruido, como en una película muda.
La visita a los enfermos en el hospital: primeros informes sobre lo sucedido, la destrucción de Hiroshima.
La ciudad de los 47 Ronin ¿la habrían elegido por esto?
El Diario del médico Michihiko Hachiya comprende 56 días en Hiroshima, desde el 6 de agosto, día en que lanzaron la bomba atómica, hasta el 30 de septiembre de 1945.
Está escrito como una obra de la literatura japonesa: precisión, ternura y responsabilidad son sus rasgos esenciales.
Un médico moderno, tan profundamente japonés que su fe en el emperador es inquebrantable, aun cuando éste anuncie la capitulación.
En este Diario, casi cada página invita a la reflexión. De él se aprende más que de cualquier descripción posterior, pues uno comparte, desde el principio, el carácter misterioso e inexplicable de lo sucedido: todo es absolutamente inexplicable. En medio de sus propios sufrimientos, entre cientos de muertos y heridos, el autor intenta reconstruir paso a paso la situación; sus sospechas cambian a medida que se entera de nuevas cosas y van convirtiéndose en teorías que exigen experimentos.
No hay una sola línea falsa en este Diario, ninguna vanidad que no esté basada en la vergüenza.
Si tuviera algún sentido averiguar qué forma de literatura es hoy en día indispensable, indispensable a un hombre que sepa y tenga los ojos bien, abiertos, habría que decir: ésta.
Como todo sucede en un hospital, la observación se centra, sin excepción, en los seres humanos: los que van llegando y los que trabajan en él. Se menciona a personas que mueren en un lapso de pocos días. Otros, provenientes de lugares y ciudades diversos, llegan de visita. La alegría de encontrar viva a gente que daban por muerta es avasalladora. Ese hospital es el mejor de la ciudad, una especie de Paraíso en comparación con los otros; todos intentan llegar a él y muchos lo consiguen. De noche, las únicas luces son las de las fogatas de la ciudad: los muertos, al ser incinerados, son los donantes de esas luces. Más tarde se reúne alrededor de una vela un grupo de tres personas que hablan del Pikadon, es decir, del acontecimiento.
Cada cual intenta completar su propio informe con el de otro: es como si hubiera que reconstruir una película a partir de fotogramas dispersos y casuales, y de vez en cuando se le añadiese un trozo. Uno va a la ciudad, se abre paso entre los escombros o excava en busca de tesoros, regresa a la nueva comunidad de moribundos y espera.
Nunca he llegado a conocer tanto a un japonés como en este Diario. Por mucho que haya leído antes sobre ellos, sólo ahora tengo la sensación de conocerlos verdaderamente.
¿Será cierto que sólo en su máxima desgracia podemos sentir a los demás hombres como a nosotros mismos? ¿Será la desdicha aquello que más en común tienen los hombres?
La profunda aversión por cualquier idilio, la intolerabilidad de la literatura idílica bien pueden deberse a ello.
En el caso de Hiroshima, se trata de la catástrofe más concentrada que jamás se haya abatido sobre seres humanos. En un pasaje de su Diario, el doctor Hachiya piensa en Pompeya. Pero ésta tampoco constituye un término de comparación. Sobre Hiroshima se abatió una catástrofe que fue cuidadosamente calculada y provocada por seres humanos. La “naturaleza” se halla excluida del juego.
La visión de la catástrofe es distinta según sea vivida en el interior de la ciudad, donde sólo se ve pero no se oye nada (Pika), o bien en el exterior, donde también se puede oír (Pikadon). Ya muy avanzado el Diario, tropezamos con la descripción de un hombre que llegó a ver la “nube” sin estar directamente expuesto a ella. Queda fascinado por su belleza: el brillante colorido de la nube, la nitidez de sus contornos, las líneas rectas que desde ella se propagan por el cielo.
¿Qué significa sobrevivir en una catástrofe de semejante magnitud? Como ya he dicho, las anotaciones de este Diario provienen de un médico, de un médico moderno y particularmente escrupuloso, que está acostumbrado a pensar de manera científica y que, frente a un fenómeno tan absolutamente nuevo, no sabe con qué tiene que vérselas. Sólo al séptimo día, una visita de fuera le comunica que Hiroshima ha sido destruida por una bomba atómica. Un capitán amigo le trae de regalo una cesta con melocotones: “Es un milagro que haya usted sobrevivido”, le dice al doctor Hachiya, “al fin y al cabo, la explosión de una bomba atómica es algo terrible”.
“‘Una bomba atómica!’ —exclamé al tiempo que me incorporaba en la cama—, ‘se trata entonces de la bomba que, según he oído decir, podría volar Formosa por los aires con sólo diez gramos de hidrógeno!”
Muy pronto llegan visitantes que felicitan a Hachiya por estar aún con vida. Es un hombre respetado y querido: hay pacientes agradecidos, compañeros de colegio, colegas, parientes. La alegría de todos al verlo vivo es ilimitada: se hallan asombrados y felices, tal vez no haya felicidad más pura. Sienten cariño por él, pero a la vez admiran una especie de milagro.
Es una de las situaciones del Diario que se repite más a menudo. Así como sus amigos y conocidos se alegran de encontrarlo con vida, él también se alegra de que otras personas hayan sobrevivido. Existen diversas variantes de esta experiencia: se entera, por ejemplo de que tanto él como su esposa habían sido dados por muertos. Un asilado en el hospital que había huido de su casa en llamas sin lograr salvar a su mujer, la da por muerta. En cuanto puede, regresa a su casa destruida y busca los restos de ella. En el lugar donde la oyó pedir ayuda por última vez encuentra unos cuantos huesos; los lleva al hospital y, con gran piedad, los deposita ante el altar doméstico. Cuando, diez días más tarde, se dirige al campo para entregar los huesos a la familia de su esposa, la encuentra allí sana y salva. Había logrado escaparse de la casa en llamas y fue llevada a lugar seguro por un coche militar que en ese momento pasaba.
Esto es ya algo más que una supervivencia: es un regreso del reino de los muertos, la experiencia más intensa y prodigiosa que puede tener un ser humano.
Uno de los fenómenos más singulares de aquel hospital, donde el doctor Hachiya era director y vivía entonces como una especie de híbrido entre médico y paciente, es la irregularidad de la muerte. Se espera que las personas quemadas y desahuciadas que ingresen en el hospital, mueran o sanen nuevamente. Cuesta mucho asistir a su constante empeoramiento, aunque algunos parezcan resistir y, poco a poco, se sientan mejor. Cuando ya se los consideraba a salvo, sufren un empeoramiento inesperado y se hallan de nuevo en inminente peligro. Pero también hay unos cuantos, entre los que figuran enfermeras y médicos, que al principio parecen ilesos. Trabajan día y noche con todas sus fuerzas, hasta que de pronto presentan los síntomas de la enfermedad, empeoran rápidamente y mueren.
Nadie está seguro de haber escapado al peligro; los efectos retardados de la bomba desbaratan todos los pronósticos normales de la medicina. El médico se da muy pronto cuenta de que avanza a ciegas en medio de la oscuridad más absoluta. Hace todo cuanto esté a su alcance, pero mientras no sepa de qué enfermedad se trata, tendrá la impresión de actuar como en los tiempos anteriores a la medicina científica y habrá de conformarse con consolar, en vez de curar.
Mientras se enfrente al enigma de los síntomas en los enfermos, el propio doctor Hachiya es un paciente. Cada síntoma que descubre en los demás lo preocupa también por él mismo, y en secreto empieza a buscarlo en su propio cuerpo. La supervivencia es precaria y dista mucho de estar garantizada. Nunca pierde el respeto por los muertos y se aterra al ver cómo desaparece en los demás. Cuando entra en la cabaña de madera donde un colega suyo, venido de fuera, está practicando autopsias, no se olvida de inclinarse ante el cadáver.
Cada tarde se incineran muertos frente a las ventanas de su cuarto de hospital. Al lado mismo de donde esto ocurre hay una bañera. La primera vez que asiste a una cremación desde abajo, oye que alguien exclama en voz alta desde la bañera: “,Cuántos has quemado hoy día?” La total irreverencia de esta situación —por un lado un hombre que poco antes estaba vivo y ahora es incinerado, y más allá otro en una bañera, desnudo— le causa una profunda indignación.
Pero al cabo de pocas semanas se hallaba cenando en su habitación de arriba con un amigo durante una de estas cremaciones. Siente un olor “como a sardinas quemadas” y sigue comiendo.
La buena fe y la sinceridad de este Diario se hallan por encima de cualquier duda. Quien lo escribe es un hombre de elevada cultura moral. Como cualquier otro, se halla inmerso en las tradiciones de su origen, que nunca cuestiona. Sus dudas e interrogantes se plantean en la esfera de la medicina, donde son permitidos y necesarios. Tuvo fe en la guerra, aceptó la política militarista de su país, y, si bien observó en el comportamiento de la casta de oficiales una serie de cosas que no le agradaban, consideró un deber patriótico guardar silencio al respecto. Pero este mismo hecho aumenta notablemente el interés de su Diario. Pues no sólo nos relata la destrucción de Hiroshima por la bomba atómica, sino que testimonia el efecto que tuvo en él la toma de conciencia de la derrota del Japón.
En aquella ciudad totalmente destruida no se sobrevive a enemigos, sino a la propia familia, a colegas y conciudadanos. La guerra sigue, y los enemigos cuya muerte se desea están en otro sitio. Uno se siente amenazado por ellos y la desaparición de la propia gente aumenta la amenaza. Con la caída de la bomba la muerte llega desde arriba; sólo es posible contraatacar a la distancia, y haría falta estar prevenido.
El deseo de que esto ocurra es muy fuerte, por eso parece cumplirse. Al cabo de pocos días llega un hombre de otro lugar que afirma como algo totalmente cierto —lo ha sabido de fuente fidedigna—, que los japoneses han respondido con la misma arma y no han destruido una, sino varias grandes ciudades norteamericanas de idéntica manera.
En el hospital los ánimos se transforman en el acto y una euforia se apodera hasta de los heridos graves. De nuevo se sienten masa y, como la muerte ha sido desviada hacia los otros, se creen a salvo de ella. Es probable que muchos, mientras les dure esta euforia, se hallen convencidos de que ya no morirán.
Tanto más duramente caerá, diez días después de lanzada la bomba, la noticia de la capitulación. El emperador jamás había hablado por la radio. Es cierto que incluso entonces su discurso resulta incomprensible: es pronunciado en el lenguaje arcaizante de la corte. Pero los superiores, que deben saberlo, reconocen el timbre de aquella voz y el contenido de la proclama es traducido. Al escuchar el nombre del emperador, toda la gente reunida en el hospital se inclina. Nunca habían oído antes la voz del emperador, no fue ella la que ordenó la guerra. Pero sí es la que ahora la revoca. A ella le creen cuando anuncia la derrota, que de otro modo habrían puesto en duda.
Los pacientes del hospital se sienten más conmovidos por ella que por la destrucción de su ciudad, por su enfermedad y por la horrorosa muerte que muchos de ellos tienen a la vista. Cualquier desviación es ahora impensable: tendrán que soportar todo el peso de las heridas y la muerte. Todo es incierto, y sin esperanza. Muchos se rebelan contra esta desesperanza, que es pasiva, y prefieren seguir luchando. Se forman dos partidos: uno a favor y otro en contra de parar la lucha. Antes de disolverse totalmente, la masa de los derrotados se subdivide en una masa doble. Pero la parte favorable a la continuación de la guerra ha de enfrentarse a un grave inconveniente: su oposición a la orden del emperador.
Es curioso comprobar que, en el curso de los días siguientes, el poder, centralizado al máximo durante la guerra, se escinde en la conciencia del doctor Hachiya: por un lado el poder malo, los militares, que han llevado el país a la desgracia, y por el otro el poder bueno, el emperador, que desea el bienestar del país. De este modo persiste, para Hachiya, una instancia del poder, y la verdadera estructura de su existencia permanece incólume. Sus pensamientos giran ahora constantemente en torno al emperador. Tanto él como el país han sido víctimas de los militares. Es digno de la más profunda compasión; su vida se ha vuelto todavía más preciosa. Fue humillado por algo que él no deseaba en absoluto: la guerra. Lo cual permite a cada súbdito leal buscar también en su interior un elemento reacio a la guerra. Las observaciones que siempre se habían hecho a propósito de los militares sin osar expresarlas: su arrogancia, su estupidez, su desprecio por todos los que no pertenecieran a su casta, adquieren plena validez de un momento a otro. En vez del enemigo, contra el cual no se puede ya luchar, ellos mismos se convierten en el enemigo.
El emperador, sin embargo, había existido en todo ese tiempo; la continuidad de la vida depende de la suya propia: incluso durante la catástrofe que asoló la ciudad, su retrato fue salvado. Casi al final del Diario —la anotación corresponde al día 39, pues el doctor Hachiya acababa de enterarse— se encuentra la historia del salvamento del retrato imperial, relatada con lujo de detalles. En medio de una multitud de moribundos y heridos graves de la ciudad, pocas horas después del estallido de la bomba atómica, el retrato del emperador es transportado al río. Los moribundos abren paso: “El retrato del emperador! ¡Paso al retrato del emperador!” Miles de personas siguen ardiendo tras la operación de salvamento y secuestro del retrato en una barca.
Este primer informe sobre el rescate del retrato no basta para saciar al doctor Hachiya. El asunto no lo deja en paz, lo impulsa a buscar nuevos testimonios sobre todo entre quienes participaron en la gloriosa empresa. En su Diario inserta un nuevo informe. En aquellos días sucedieron en Hiroshima muchas cosas dignas de alabanza. Hachiya es justo y no escatima ningún mérito. Reparte sus elogios en forma solícita y escrupulosa. Pero habla del rescate del cuadro imperial con un entusiasmo ilimitado. Sentimos que, de todo lo sucedido, este hecho es para el doctor el más esperanzador: como si se tratara de la supervivencia del emperador.
Sigue llegando gente que se asombra al verlo vivo y le expresa su enhorabuena. Aquel júbilo ajeno se advierte aún en el Diario y es transmitido al lector. Los pacientes fallecidos continúan siendo incinerados frente a las ventanas del hospital durante un tiempo más: la muerte prosigue su curso, como una especie de epidemia nueva, desconocida. Su causa exacta y su curso no han sido investigados todavía. Sólo con las autopsias se comienza a entender gradualmente la naturaleza del mal. El deseo ferviente de investigar esta nueva enfermedad no abandonará a Hachiya un solo instante. Así como en él permanece intacta la estructura tradicional del país, que culmina en el emperador, así tampoco se altera el interés que, como médico moderno, siente por la investigación. Su caso me permitió comprender por vez primera lo bien que ambos elementos pueden conjugarse en forma natural, y lo poco que uno de ellos puede perjudicar al otro.
Lo más sagrado en este hombre es, sin embargo, su respeto por los muertos. Ya hemos hablado de lo mucho que le costaba ver que los demás se acostumbrasen a la muerte: para él seguirá siendo algo muy serio. No tenemos la impresión de que los muertos se amalgamen, para él, en una masa dentro de la cual no cuenta ya individuo alguno. Piensa en ellos como en personas. No olvidemos que es médico y su misma profesión tiende a insensibilizarlo contra la muerte. Sin embargo, sentimos que, suceda lo que suceda, cada persona que haya vivido tiene importancia ante sus ojos, cada persona tal como realmente era y como él la conserva en su memoria.
Cuarenta y nueve días después de la catástrofe se celebra una jornada en memoria de los muertos. Hachiya se dirige a la ciudad en bicicleta y visita todos los lugares consagrados por los muertos, sus propios muertos y aquellos de los que ha oído hablar.
Cierra los ojos para ver a una vecina fallecida, y ésta se le aparece. En cuanto reabre los ojos, la imagen se desvanece; los vuelve a cerrar y la ve nuevamente. Se va abriendo paso por entre los escombros de la ciudad y no puede decirse que deambule al azar, pues él sabe perfectamente lo que busca; y lo encuentra: los lugares de los muertos. No se ahorra nada. Se imagina todo. Afirma haber rezado por cada uno. Me pregunto si en las ciudades de Europa ha habido hombres que buscaran entre las ruinas los lugares de los muertos y, de esta manera, teniendo ante los ojos una imagen clara de los fallecidos, rezaran por ellos, no sólo por el círculo familiar más íntimo, sino por los vecinos, amigos, conocidos e incluso por aquellos a quienes nunca vieron y cuya muerte sólo les fue narrada. He vacilado antes de usar la palabra “rezar” en relación con lo que hizo Hachiya aquel día, pero él mismo la usa y se autodenomina, no sólo en esa ocasión, un budista.
1971
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de Ellas Canetti, en La conciencia de las palabras. Fondo de Cultura Económica- 1981
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la historia completa  DOSSIER sobre Hiroshima y Nagasaki

sábado, 20 de julio de 2013

Alquimia cotidiana y otros poemas de Genevieve TAGGARD(1894-1948,NY), "la hawaiana"


 encontrado en el blog idiomas olvidados de R.Rivas, donde se puede leer la biografía y más poemas de esta mujer



ALQUIMIA COTIDIANA

Los hombres van mudamente a las mujeres por su paz;
Y ellas, que carecen aún más, la crean cuando
Hacen- porque deben, amando a sus hombres-
Un solaz para tristes cabezas dobladas sobre su seno. Ahí
Está toda la exigua paz que los hombres pueden hallar,
Y en ninguna otra parte.

Ningún espacio de montañas, ningún árbol de plácidas hojas,
O melancolía detrás de los cabellos de una joven,
Ningún sonido de campanas del valle sobre el aire otoñal,
O cuarto hecho hogar con palomas a lo largo de las vísperas,
Alcanza nunca una paz así, derramada por mujeres pobres
Desde la pobreza de sus corazones, para hombres desgastados.


martes, 16 de julio de 2013

Del individualismo egoísta al hombre solidario-José RIBAS (Ajoblanco nº45, oct.1992)

Próximos a culminar el segundo milenio de nuestra era. Cuando el mundo asiste perplejo al desmoronamiento de los sistemas políticos, sociales y culturales que frustrando todo proyecto libertario lograron imponerse tras las batallas que sucedieron a la Revolución Francesa, me parece sumamente estimulante tratar de esbozar una comprensión de los hechos e ideales que hicieron posible el primer romanticismo, el socialismo utópico y el pensamiento libertario, los grandes perdedores en el proceso de la Modernidad.

Por José Ribas


Hoy, como a finales del siglo XVIII, un mal de siècle y un patente pesimismo se han apoderado de las mentes más inquietas. De pronto, nos hemos concienciado, sin ambivalencia, de que somos súbditos y esclavos de un férreo absolutismo, el que ha propiciado el racionalismo económico y el progreso técnico. Han sido los Liberales y el Marxismo, presos del economicismo y del dogma de contemplar la historia de la humanidad como una evolución lineal cuyo objetivo son los presupuestos de la «Modernidad» occidental, los que han expulsado a los poetas de sus repúblicas, los que han empobrecido la civilización occidental al negar la dimensión trascendente del hombre a favor del positivismo y los que han abolido el sentido de comunidad mediante el individualismo. El marxismo, por otra parte, sacrificó la libertad en aras de conseguir la igualdad en una sociedad sin clases, pero cuando ha caído el telón de acero que mantenía el aislamiento de las llamadas repúblicas comunistas, hemos podido comprobar, tal como predijo Bakunin, cómo las burocracias corruptas de estos estados habían suplantado a las antiguas aristocracias y cómo los secretarios generales de los partidos comunistas eran auténticos déspotas, más temibles que los monarcas absolutos de los siglos XVII y XVIII, pues han llevado a estos países a la quiebra total en todos los órdenes, sin resolver ninguna de sus cuestiones históricas. Las democracias liberales, que en principio sacrificaron la igualdad en aras de la libertad, van dejando un autoritarismo técnico-económico cada vez más intrincado, en el que el hombre se siente espectador aislado frente a un televisor que le induce a ser un estúpido, sin otra posible plenitud que la de verse empujado a endeudarse para consumir e integrarse en el estatus del eterno insatisfecho.

Qué queda de las grandiosas palabras: Libertad, Igualdad, Fraternidad.

Volvemos a estar, paradojas de la vida, en los albores de la Revolución Francesa, pero con la temible diferencia de que las Megalópolis de la Modernidad son estructuras de hábitat que sólo pueden ser administradas bajo una forma imperial, no cabe pues en ellas ni democracia directa ni creatividad fuera del mercado, tan sólo competitividad desaforada, negocio, marginación o violencia. Con estos presupuestos es sumamente complejo desarrollar alternativas o recomponer, desde dentro, un proceso humanista y social que restituya al hombre un sentido no material y profundo. Por otra parte, el nivel de vida de las clases medias de Occidente —la mayoría silenciosa— se ha conseguido mediante una explotación de las materias primas del Tercer Mundo y contaminando el planeta Tierra, el único que tenemos.

Hoy la pregunta es: ¿Podrá el capitalismo del siglo XXI seguir explotando al Tercer Mundo y matando el Planeta para mantener el estatus económico de la mayoría silenciosa? Probablemente no, y es completamente plausible que nuestro mundo cambie bruscamente. Hoy ya, al contemplar la fisonomía racial de nuestras ciudades, apreciamos que la Europa monolítica y blanca se está tostando. Otras razas, otras culturas están ya aquí, atraídas por la propaganda de nuestros medios de comunicación. Hoy son la mano de obra barata. ¿Qué serán mañana?

Por otra parte, si los países más populosos del Tercer Mundo como pudieran ser China, India, Nigeria, Egipto, Indonesia o Argelia optarán por un desarrollismo a la occidental y tuvieran tantos coches y electrodomésticos por habitante como Francia, la emanación de dióxido de carbono y la necesidad de agua y energía acabarían destruyendo en menos de un año el precario equilibrio ecológico del Planeta.

EL NACIMIENTO DE LA MODERNIDAD

No está de más volar al siglo XVIII para tratar de reconstruir el cómo y el porqué se fraguaron las ideas y los postulados que caracterizan al hombre moderno.

Los inventos científicos y las clasificaciones de las especies, el aumento en Europa y Norte de América desde 1730 y la revolución industrial provocaron el auge de una nueva clase social: la burguesía, a mediados del siglo XVIII. El liberalismo, el libre comercio y la propiedad son los pilares ideológicos que han de sustentarla. Moralismo y utilitarismo, los predicados. «Amar es ser útil a uno mismo; hacerse amar es ser útil a los demás» proclama Franklin en la Revolución Americana. Para el burgués, la mayor virtud, es la economía dentro del individualismo puritano. Hume preconiza un gobierno moderado que favorezca el desarrollo de la clase comercial y que recurra al impuesto con moderación. Adam Smith, que cree en el progreso económico constante y estima que la verdadera riqueza es el trabajo nacional y el ahorro, se alza contra las reglamentaciones y establece las cuatro reglas del liberalismo económico: facilitar la producción, hacer reinar el orden, hacer respetar la justicia y proteger la propiedad.

En el recuerdo de los europeos estaban las guerras de religión que habían asolado el continente durante los siglos XVI y XVII. Los hombres que amaban el progreso, tenían plena conciencia del caos y de las tendencias histéricas de todas las pasiones humanas. La prudencia era considerada como la virtud suprema; el intelecto, el arma más eficaz contra el fanatismo.

El ordenado cosmos de Newton, en el que los planetas se avían uniformemente alrededor del Sol en órbitas predeterminadas, se convirtió en el símbolo imaginativo del buen Gobierno. La Ilustración de Diderot; la división de poderes de Montesquieu; las ideas contra la superstición religiosa y la defensa del sentido común del sistema inglés que preconizaba Voltaire acabaron de configurar el nuevo orden ilustrado, en el que la razón podía abarcarlo todo. Y resolverlo.

En Arte: el neoclasicismo racionalista.

Fue Jean Jacques Rousseau quien al verter sensibilidad, intimidad y confidencia en sus escritos quebró el sueño de esa razón moderna que pretendía organizar el mundo y las mentes, antes ya de que aconteciera la revolución Francesa.

Una concepción orgánica y dinámica de la creación irá reemplazando a la mecanicista y estática de los empiristas y de los ilustrados. Se sospecha que bajo las leyes recién descubiertas que prometían desvelar el orden divino o la estructura racional oculta bajo la superficie de la naturaleza, existen una serie de fuerzas misteriosas y ocultas que intervienen en los procesos de crecimiento, provocando sorprendentes mutaciones. Se sospecha que sin viaje interior, imaginación y sentimientos no se puede alcanzar ninguna percepción profunda.

Rousseau sostenía que «el hombre es naturalmente bueno y que sólo las instituciones lo han pervertido»: o sea, la antítesis de la doctrina del pecado original y de la salvación por medio de la iglesia. Es decir, nos redime del somos culpables por haber nacido, del nacemos malos y perversos y necesitamos el correctivo de la iglesia y el temor al castigo divino para salvarnos.

«El origen de las desigualdades sociales consiguientes ha de hallarse en la propiedad», sostiene Rousseau. Mientras Voltaire y Diderot se aburguesan y consideran las desigualdades como algo consustancial a la naturaleza humana,. Rousseau permanece fiel al espíritu de la Enciclopedia e indaga lo que es Libertad, Igualdad y Fraternidad, sin renunciar a la felicidad, ni a la suya ni a la de los hombres. Rousseau es el primer escritor político que está enteramente presente en su obra. No construye un sistema utópico frente al liberalismo burgués, que era la ideología dominante (libertad racional, desigualdad y propiedad), sino una hipótesis, un sueño no resignado que no acepta ningún absolutismo y que muestra un claro desdén por las trabas de lo convencional, en el vestido y en las maneras, en el minueto y en la estrofa heroica y en toda la esfera de la moral tradicional. 
publicado en la revista Ajoblanco nº 45 de octubre 1992
José Ribas fue director de dicha revista

sábado, 6 de julio de 2013

de Arden las pérdidas-Antonio Gamoneda


HAY una astilla de luz en la apariencia de la eternidad, hemos
lamido, casi amándolas, membranas invisibles, no hay más que
invierno en las ramas inmóviles y todos los signos están vacíos.

Estamos solos entre dos negaciones como huesos abandonados
a los perros que nunca llegarán.

Va a entrar el día en la habitación calcinada. Ha sido inútil la
sutura negra.

Queda un placer: ardemos

en palabras incomprensibles.


HE TIRADO al abismo el hueso de la misericordia; no es necesario
cuando el dolor es parte de la serenidad, pero la lucidez
trabaja en mí como un alcohol enloquecido.

Sé que las uñas crecen en la muerte. No

baja nadie al corazón. Nos despojamos de nosotros mismos al
expulsar la falsedad, nos desollamos y

no viene nadie. No

hay sombras ni agonía. Bien:

no haya más que luz. Así es

la última ebriedad: partes iguales

de vértigo y olvido.


PALOMAS. Atraviesan la inexistencia.

Hay huellas de pastor frente al abismo. Cóncavas.

Todo se explica en la imposibilidad.


Hay úlceras en la pureza, vamos
de lo visible a lo invisible.

En este error descansa nuestro corazón.

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de Arden las pérdidas, 1993-2003, Antonio GAMONEDA


jueves, 20 de junio de 2013

El arte de la Fuga-Contrapunto XIV-J.S.BACH-Glenn GOULD



 La última e inacabada obra de J.S. BACH (Eisenach,1685-Leipzig,1850), el Contrapunto XIV de El Arte de la Fuga


sábado, 8 de junio de 2013

viernes, 31 de mayo de 2013

Cuento a la luz de la luna-Robert WALSER



Cuéntese este cuento con la actitud de quien da una conferencia:
Parece que hubo una mujer muy refinada, muy elegante, que no sólo era de una belleza insólita, sino que era también una lectora infatigable, y de quien quisiera que pensaran que estuvo, como quien dice, largo tiempo en la suave cima de la vida, de donde habría de ir cuesta abajo según según se fuera viendo adornada de una juventud cada vez menos intacta.
La mujer que creo haber caracterizado con las palabras arriba mencionadas, esto es, con las palabras que acabo de poner convenientemente encima de la mesa, tenía un esposo -¿cuántas historias conyugales llevo ya contadas?- con el que, aunque a ratos descontenta, se entendía relativamente bien, que cometió la imprudencia de pedirle una noche, a la luz de una lámpara, que fuera buena y le confesara lo que ella, en el fondo, siempre le había querido reprochar.
Él sabía perfectamente por qué motivo ella no estaba de acuerdo en todo; y sin embargo pensó que era apropiado hacer como si se hallara, por lo que se refiere a las desavenencias que de vez en cuando surgían con su pareja, en la mas sensacional de las ignorancias.
-¿Te importa si me voy de viaje? -preguntó ella esquiva, para añadir con una crueldad encantadora-: Es que últimamente me aburro un poquito a tu lado.
Total, que a la diosa de la casa le faltaba abundante diversión. Su propuesta, como suele decirse, desmoralizó a su marido.
Lleno de preocupaciones, apoyó la cabeza en su espiritualizada mano. Afortunadamente no había mocedades, quiero decir niños por en medio. Por otra parte, la ausencia de niños es un vacío que precisa ser llenado, del mismo modo que los agujeros en un calcetín piden un reiendo, esto es, un zurcido.
De manera que así fue como el encanto de mujer dejó su en absoluto encantador hogar -pues estaba provisto de las comodidades modernas- para, posiblemente, vivir algo nuevo en un lugar por conocer.
Al poco tiempo vivía en uno de aquellos Grands Hotels, llamados palacios, que contaba con cerca de doscientas habitaciones, y en donde nadie se oponía a que interiorizara el perpetuo murmullo de las olas, parecido a una conversación monotona, y del que, en cierto modo, emana poesía, de tal modo que a ratos se veía impelida a pensar en aquel que pareció haberle dado motivos para, en su soledad, hacer examen de conciencia y efectuar una serie de observaciones, si cabe, totalmente inútiles sobre la vida que había llevado hasta la fecha.
Una noche a la luz de la luna.
Aunque de momento hablaré, con permiso del lector, de una cosa muy distinta, a saber, de un artista de la vida cansado de la vida, y de su mujer, que conservaba aún las ganas de vivir porque había sabido evitar conocer la vida.
Vivían en una casa con jardín. ¿Cuántas veces han aparecido ya en mis historias casas con jardín? ¿Y por qué habían de tener estos dos un bibliotecario que no careciera de una cabeza despierta y pastoril, esto es, un tanto adormilada a veces, que se encargara de ordenar y clasificar cientos de obras que ya existían impresas y encuadernadas?
Este secretario era un niño y se llamaba  Hans, y habida cuenta de que los hijos pequeños de los habitantes de la casa lo estimaban mucho, el ama de casa se permitió la extravagancia de hallar simpático al que hojeaba libros y era el preferido de sus hijos, quien, a su vez, se comportaba frente a la mujer con una erudición exquisita.
Mientrsd el autor lo mira de arriba abajo-pues tengo derecho ya que ha salido de mi pluma-, la madre de los niños, a los que él trataba realmente con naturalidad, lo admiraba casi con respeto, y un día fue tan sincera que lo distinguió con su envidia, a él, que hasta no hacía mucho tiempo había ayudado a lavar platos e incluso fregado escaleras.
La insigne mujer tenía celos de la divertida relación que mantenía con su descendencia. Desde que escribo, jamás había escrito una historia tan sencilla como ésta, en la uqe cuento que ella llamó la atención a su preceptor sobre la petulancia que suponía divertirse en casa ajena, mientras el bueno de su esposo se dedicaba a los problemas más complicados de la época en perjuicio de su salud.
-Es usted tan pero tan amable-susurró en el mismo momento (vuelvo a la luz de la luna, a quien había dejado a un lado) un aventajado periodista cultural a la del corazón agitado, que abandonó su hogar con el fin de convertir en realidad un deseo.
-Conténgase -le reprendió ella.
-Hace tiempo que me parece usted conmovedora, y me maravilla no haberme postrado aún a sus pies para decirle que, gracias a usted, he dado a mi vida un nuevo rumbo y a mi oficio nueva vida.
-Está usted fuera de sí -dijo ella. Luego añadió por lo bajinis-: Estoy casada.
Hubiera sido muy descortés por parte de él no sentirse cautivado por la confesión.
Pero volvamos de nuevo al bibliotecario, de quien un narrador sensato como yo podría tener ganas de afirmar: "La tenía abrazada". ¿A quién? ¿A su señora?
Quizá cayó una regadera abajo en el jardín, y ella dejó oír un relincho desde cierta distancia; y en la cabeza del preceptor quizá se hicieron presentes sus lecturas, y por el momento, gracias a Dios, no se me ocurre nada más.




Traducción de Juan de Sola Llovet - en Historias de amor- Robert Walser
editorial Siruela, 2003

El asteoide, que tiene su propia luna, pasará a 5.7 millones de kilómetros de la Tierra, según los astrónomos (NASA/Cortesía).
El asteoide, que tiene su propia luna, pasará a 5.7 millones de kilómetros de la Tierra, según los astrónomos (NASA/Cortesía)




miércoles, 29 de mayo de 2013

todo caso de locura es que algo ha regresado-de La pasión de G.H.-C.LISPECTOR



[...] ¿Pero, por qué exactamente se había reconstruido en mí de repente el silencio original? como si una mujer tranquila hubiese simplemente sido llamada y tranquilamente hubiese abandonado el bordado en la silla, se hubiese levantado, y sin decir una palabra -abandonando su vida, renegando del bordado, del amor y del alma ya formada-, sin una palabra esa mujer se hubiese puesto tranquilamente a cuatro patas y comenzado a caminar y a arrastrarse con mirada brillante y tranquila: es que la vida anterior la había reclamado y ella respondió a la llamada.
Pero, ¿por qué yo? Pero por qué yo no. Si no hubiese sido yo, nada sabría, y habiendo sido yo, supe; eso es todo. ¿Qué es lo que me había llamado: la locura o la realidad?
La vida se vengaba de mí, y la venganza consistía sólo en regresar, nada más. Todo caso de locura es que algo ha regresado. Los posesos, a ellos no les posee lo que llega, sino lo que regresa. A veces, la vida regresa. [...]









en La pasión según G.H.--(1964)-Clarice LISPECTOR-
trad.Alberto Villalba para Ediciones Península, 1988