* de Luis de Góngora
** de Niels Bohr
foto: Samuel Beckett contempla perro y gato, tomado de Entre Gulistán y Bostan

jueves, 20 de diciembre de 2012

Réquiem a la muerte de un niño-Rainer Maria RILKE



CUÁNTOS NOMBRES grabé en mi memoria,
que si perro que si vaca que si elefante
hace ya mucho y los distingo de muy lejos,
y también cebra...ah, ¿para qué?

El que ahora me lleva
sube como el nivel del agua
por encima de todo. ¿Esto es la paz,
saber que se ha sido, cuando uno no se
abría paso a través de objetos tiernos y duros
hacia el rostro comprensivo?

Y estas manos comenzadas...

Vosotros decíais a veces: promete...
Sí, prometía, pero lo que os prometia,
ahora ya no me asusta.
A veces, apoyado en la casa, pasaba el rato sentado
y contemplaba un pájaro.
¡Si hubiera podido transformarme en aquella mirada!

Me llevaba, me elevaba, mis cejas
se alzaban bien altas. A nadie amaba.
Pues amar daba miedo; entiendes, en tal caso
yo no era nosotros
y era mucho más alto que un hombre
y era
como si fuera yo mismo el peligro,
y en su interior
yo era la semilla.

Una semillita; se la envidio a las calles,
se la envidio al viento. Me deshago de ella.
Pues que hayamos estado todos juntos sentados,
nunca lo he creído. Palabra de honor.
Vosotros hablabais, reíais, pero cada uno de vosotros
ni estaba en el hablar ni estaba en la risa. No.
Como vosotros fluctuabais, no lo hacía
ni el azucarero ni el vaso lleno de vino.
La manzana reposaba. Qué bueno era a a veces
coger la manzana firme y madura,
la fuerte mesa, las plácidas tazas de desayuno,
tan buenas, ¡cómo clamaban el año!
Y también mi juguete a veces me quería.
Podía ser casi tan fiable como las demás cosas,
aunque menos tranqulo.
Estaba en un continuo despertar
como en el centro entre mi sombrero y yo.
Había un caballito de madera, había un gallo,
estaba la muñeca con una pierna sola;
hice mucho por ellos.
Achiqué el cielo, cuando lo miraban,
pues comprendí pronto qué solo
está un caballo de madera. Que puede construirse
con madera un caballo de cualquier tamaño.
Lo pintan, y después se tira de él,
y de verdad recibe los golpes del camino.
¿Por qué no era mentira cuando a aquello
se le llamaba "caballo"? Porque uno mismo se sentía
un poco caballo, iba teniendo crines, tendones,
cuatro patas...(para convertirse alguna vez
en un hombre?) ¿Pero no se era
al mismo tiempo un poco madera por amor a él
y se endurecía uno en secreto
y se ponía una cara reducida?

Ahora casi creo que nos hemos equivocado siempre.
Al mirar al aroyo, cuántas veces he murmurado;
si murmuraba el arroyo, yo me lanzaba a él.
Donde veía algo que sonaba, sonaba yo mismo,
y donde sonaba, era por causa mía.

Así me fui inmiscuyendo en todo.

Y sin embargo todo sin mí estaba contento
y se ponía triste si me metía yo.

Ahora de pronto he sido separado.
¿Empieza
un nuevo aprendizaje, un nuevo preguntar?
¿O debo decir ahora
cómo es todo ante vosotros? Eso me asusta.
¿La casa? Nunca la he comprendido muy bien.
¿Los cuartos?Ah, había tantas cosas.
...Dime, madre, ¿quién era realmente
el perro?
E incluso que encontráramos bayas en el bosque
me pareece ahora un hallazgo prodigioso.
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ..
Allí tendrá que haber niños muertos
que vendrán a jugar conmigo. Siempre hay
algunos que mueren. Estuvieron primero en su cuarto acostados,
como yo estuve, y no se curaron.

Curarse... Qué raro suena aquí. ¿Tiene aún sentido?
Allá donde yo estoy,
no hay, creo, nadie enfermo.
Desde que me dolía la garganta, hace ya mucho tiempo.

Aquí somos todos como una bebida fresca.

Aún no he visto a los que nos beben
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Rainer Maria RILKE-Réquiem a la muerte de un niño-1908
Trad. Jesús Munárriz- edit. Hiperion, 2008

Requiem auf den Tod eines Knaben

Was hab ich mir für Namen eingeprägt
und Hund und Kuh und Elephant
nun schon so lang und ganz von weit erkannt,
und dann das Zebra -, ach, wozu?
Der mich jetzt trägt,
steigt wie ein Wasserstand
über das Alles. Ist das Ruh,
zu wissen, daß man war, wenn man sich nicht
durch zärtliche und harte Gegenstände
durchdrängte ins begreifende Gesicht?

Und diese angefangnen Hände -

Ihr sagtet manchmal: er verspricht...
Ja,  ich versprach, doch was ich Euch versprach,
das macht mir jetzt nicht bange.
Zuweilen, dicht am Hause, saß ich lange
und schaute einem Vogel nach.
Hätt ich das werden dürfen, dieses Schaun!
Das trug, das hob mich, meine Augenbraun
waren ganz oben. Keinen hatt ich lieb.
Liebhaben war doch Angst -, begreifst du, dann
war ich nicht wir
und war viel größer als ein Mann
und war
als wär ich selber die Gefahr,
und drin in ihr
war ich der Kern.

Ein kleiner Kern; ich gönne ihn den Straßen,
ich gönne ihn dem Wind. Ich geb ihn fort.
Denn daß wir alle so beisammen saßen,
das hab ich nie geglaubt. Mein Ehrenwort.
Ihr spracht, ihr lachtet, dennoch war ein jeder
im Sprechen nicht und nicht im Lachen. Nein.
So wie ihr alle schwanktet, schwankte weder
die Zuckerdose, noch das Glas voll Wein.
Der Apfel lag. Wie gut das manchmal war,
den festen vollen Apfel anzufassen,
den starken Tisch, die stillen Frühstückstassen,
die guten, wie beruhigten sie das Jahr.
Und auch mein Spielzeug war mir manchmal gut.
Es konnte beinah wie die andern Sachen
verläßlich sein; nur nicht so ausgeruht.
So stand es in beständigem Erwachen
wie mitten zwischen mir und meinem Hut.
Da war ein Pferd aus Holz, da war ein Hahn,
da war die Puppe mit nur einem Bein;
ich habe viel für sie getan.
Den Himmel klein gemacht, wenn sie ihn sahn, -
denn das begriff ich frühe: wie allein
ein Holzpferd ist. Daß man das machen kann:
ein Pferd aus Holz in irgend einer Größe.
Es wird bemalt, und später zieht man dran,
und es bekommt vom echten Weg die Stöße.
Warum war das nicht Lüge, wenn man dies
"Pferd" nannte? Weil man selbst ein wenig
als Pferd sich fühlte, mähnig, sehnig,
vierbeinig wurde - (um einmal ein Mann
zu werden?) Aber war man nicht
ein wenig Holz zugleich um seinetwillen
und wurde hart im Stillen
und machte ein vermindertes Gesicht?

Jetzt mein ich fast, wir haben stets getauscht.
Sah ich den Bach, wie hab ich da gerauscht,
rauschte der Bach, so bin ich hingesprungen.
Wo ich ein Klingen sah, hab ich geklungen,
und wo es klang, war ich davon der Grund.

So hab ich mich dem Allen aufgedrängt.
Und war doch Alles ohne mich zufrieden
und wurde trauriger, mit mir behängt.

Nun bin ich plötzlich ab-geschieden.

Fängt
ein neues Lernen an, ein neues Fragen?
Oder soll ich jetzt sagen,
wie alles bei euch ist? - Da ängst ich mich.
Das Haus? Ich hab es nie so recht verstanden.
Die Stuben? Ach da war so viel vorhanden.
.....Du Mutter, wer war eigentlich
der Hund?
Und selbst, daß wir im Walde Beeren fanden,
erscheint mir jetzt ein wunderlicher Fund
..............................................................

Da müssen ja doch tote Kinder sein,
die mit mir spielen kommen. Sind doch immer
welche gestorben. Lagen erst im Zimmer,
so wie ich lag, und wurden nicht gesund.

Gesund... Wie das hier klingt. Hat das noch Sinn?
Dort, wo ich bin,
ist, glaub ich, niemand krank.
Seit meinem Halsweh, das ist schon so lang -

Hier ist ein jeder wie ein frischer Trank.

Noch hab ich, die uns trinken, nicht gesehen

.....................................................................

 München, 13. November 1915

domingo, 15 de julio de 2012

La traducción de Borges de Macbeth--Leandro Fanzone



[...]Hay un movimiento cada vez mayor en favor de que se traduzca a Shakespeare a un inglés moderno (lo que nosotros tenemos hace mucho tiempo en castellano, como decía en el texto anterior), es decir, que se simplifique la forma para poder apreciar lo que hoy se tiene por valor: el fondo. "Queremos entender a Shakespeare", piden los modernizadores; "Shakespeare es también su idiosincracia estética, su forma de usar la lengua", dicen los conservadores. Los últimos disfrutan a Shakespeare con una lectura detenida, se deleitan con su manera de escribir; los primeros son los que quieren quedarse sólo con el Shakespeare del teatro, los que buscan la trama y los personajes de esa trama. Podemos seguir la contraposición de estas dos visiones de Shakespeare, el literato y el dramaturgo, con Borges, o a través del Borges que escribe Bioy en su diario. Borges dice, en 1969:
BORGES: «Parece que Shakespeare escribía dos textos para cada pieza; uno para darse el gusto de escritor y otro para la representación, el acting text; se cree que de Macbeth sólo sobrevive el acting text y de las demás piezas el primero, el literario. Por eso Macbeth es la mejor de sus piezas».
Ahí hay un primer gérmen del cual podemos partir: Shakespeare no es un buen poeta, ya que las obras sin literatura son mejores. En esa época Borges ya pensaba que el bardo "se emborrachaba con las palabras", que era "irresponsable":
BORGES: «Cuando uno sabe que [Shakespeare] inventó las palabras, los versos parecen menos admirables… Uno descubre al macaneador».
BIOY: «Serían más feos entonces que ahora».
Con todo, salvaba a Macbeth, sostenía que era una obra excelente y no se cansaba de elogiarla. Pero el proceso de lectura detenida ciertamente empeoró la opinión que Borges tenía de la obra. En 1970, un año después de esa primera apreciación sobre Macbeth, empieza a traducirla con Bioy, usando métrica (y rima con las brujas):
BORGES: «A compo­ner endecasílabos, a contar las sílabas con los dedos… ¡Qué ocupa­ción! Estaremos locos. Bueno, por esa ocupación llegaremos a producir la traducción clásica de Macbeth…»
En esa vena entusiasmada, empiezan con mucho vigor e inspiración:
1-BRUJA:
¿Cuándo otra vez,
seremos una sola cosa las tres?
¿En el fragor de la violenta
revelación del rayo y la tormenta?
Pero, a medida que la traducción avanza, la felicidad va cediendo lugar a la cautela: "Cuando uno traduce ve de muy cerca, como con una lupa", dice. Se está poniendo en evidencia esa otra manera de leer a Shakespeare, la lectura literaria, la lectura de la forma, y es en esa luz donde finalmente fracasa con estrépito:
BORGES (conteniendo la risa): «¿Shakespeare es la cumbre del espíritu humano? Mejor no traducirlo; mejor no mirarlo de tan cerca; acabaremos por despreciarlo. ¡Qué dificultad tiene para con­tar las cosas más simples! ¿O estaba tan acostumbrado al estilo grandilo­cuente que no podía decir nada con sencillez?».[...]
leer completo el artículo y sus comentarios en Seikilos, blog de su autor Leandro Fanzone

viernes, 13 de julio de 2012

Reunión-John CHEEVER


La última vez que vi a mi padre fue en la estación Grand Central. Yo venía de estar con mi abuela en los montes Adirondacks, y me dirigía a una casita de campo que mi madre había alquilado en el cabo; escribí a mi padre diciéndole que pasaría hora y media en Nueva York debido al cambio de trenes, y preguntándole si podíamos comer juntos. Su secretaria me contestó que se reuniría conmigo en el mostrador de información a mediodía, y cuando aún estaban dando las doce lo vi venir a través de la multitud. Era un extraño para mí -mi madre se había divorciado tres años antes y yo no lo había visto desde entonces-, pero tan pronto como lo tuve delante sentí que era mi padre, mi carne y mi sangre, mi futuro y mi fatalidad. Comprendí que cuando fuera mayor me parecería a él; que tendría que hacer mis planes contando con sus limitaciones. Era un hombre corpulento, bien parecido, y me sentí feliz de volver a verlo. Me dio una fuerte palmada en la espalda y me estrechó la mano.
- Hola, Charlie -dijo-. Hola, muchacho. Me gustaría que vinieses a mi club, pero está por la calle sesenta, y si tienes que coger un tren en seguida, será mejor que comamos algo por aquí cerca.
Me rodeó con el brazo y aspiré su aroma con la fruición con que mi madre huele una rosa. Era una agradable mezcla de whisky, loción para después del afeitado, betún, traje de lana y el característico olor de un varón de edad madura. Deseé que alguien nos viera juntos. Me hubiese gustado que nos hicieran una fotografía. Quería tener algún testimonio de que habíamos estado juntos.

sábado, 16 de junio de 2012

fragmentos del Tristram Shandy-Lawrence STERNE



A veces decía, con su descarada manera de hablar, que la seriedad era un bribón andante; y añadía --que de la especie más peligrosa además: --pues era un bribón solapado; y que creía sinceramente que más gente honrada y bienintencionada se veía despojada de su dinero y sus bienes por ella en un solo año que por los hurtos de las tiendas y las raterías en siete. Solía decir que el festivo temperamento que un corazón sincero siempre pone al descubierto no encerraba peligro --más que para sí mismo:-- mientras que la misma esencia de la seriedad era la maquinación y, en consecuencia, el engaño; --era un truco que se enseñaba y se aprendía con el objeto de adquirir reputación a los ojos del mundo aparentando más conocimientos e inteligencia de los que se tenían; y, con todas sus pretensiones, --no era mejor (sino a menudo peor) que como la había definido hacía ya tiempo un gran ingenio francés, --a saber: La seriedad es un continente misterioso del cuerpo que sirve para ocultar los defectos de la mente*; --y Yorick, con enorme imprudencia, decía que tal definición merecía escribirse con caracteres de oro.

Cap. Once, Vol. I -trad.Javier Marías leer más aquí

y aquí comentarios y  trad.de Laura Flores 

viernes, 8 de junio de 2012

La sirena-Ray BRADBURY

Se levanta el telón.

La torre de un faro. Un hombre de edad madura, MC.DUNN, está agachado aceitando una maquinaria en la tarde cada vez más oscura.

MC DUNN
Cómo pasa el tiempo. En otra medias hora se pondrá el sol. La niebla llega temprano. Ahí está. Bienvenida. (Se levanta y saluda distraídamente la niebla.) Este sitio es tuyo. Yo vivo aquí porque no tengo más remedio.

Se frota las manos y mira alrededor.

MC DUNN
Muy bien, McDunn. ¿Todo en orden? ¿El faro, la luz y el bienestar de tu propia criatura?  (Flexiona los brazos.) ¿Preparado para lo que sea? ¡Preparado! (Aspira hondo.) Ah, cómo me gusta esto.

Va hasta una baranda circular y mira hacia abajo.

MC DUNN
Malditos mis ojos, como dicen los marineros-poetas. Qué solo estoy aquí. Ningún pueblo en trescientos largos kilómetros allá hacia el norte, ningún pueblo en quinientos kilómetros allá hacia el sur, ningún pueblo tierra adentro entre esa bruma de noviembre en por lo menos cien solitarios kilómetros. Sólo la costa vacía, los caminos vacíos, la tierra vacía, el agua vacía, yo y una sola gaviota, chillando. Bien mirado, ¿puedo acaso negarle mi amor al mar? No puedo. ¿Por qué?

Enciende la pipa, chupa y echa bocanadas de humo.

MC DUNN
Porque el hombre el el Animal Aburrido. Necesitamos cambios. Pero ¿dónde encontrarlos? (Levanta la mirada.) En las nubes, de niño, estudiando las atmósferas altas y las configuraciones simbólicas, las dilataciones y contracciones de aire puro y sustancia blanca. O en el fuego del hogar, las noches de invierno. Nunca dos llamas repiten el mismo arabesco, barroco, rococó. ¡Aire y fuego! ¡Pero el mar, el océano, lo supera todo! Más original que las nubes, más extraño que todos los hornos del infierno. Ensaya mil formas y colores, y no ha repetido ninguna en los mil millones de años desde las primeras mareas. Aquí está mi cielo y mi hogar, con toda su profundidad, desplegado ahí abajo, y no es éste un animal torpe ni aburrido ni bruto. Adelante, entretenme, eso es.

Al levantar la mirada y fijarse a lo lejos,se queda inmóvil

MC DUNN
¡Hola, más diversión! Una lancha a motor. Bueno...parece la de Johnny...Entonces ¿regresa? (Entorna los ojso.) ¡Pues sí! ¡Hola, Johnny! (Se interrumpe) No te oye. Bien. No estás solo. Magnífico. Compañía. Alguien verdadero con quien hablar, para que no te tires por la baranda. Curioso. ¿Habrá oído los rumores? El viejo está chiflado. Ve cosas de noche. Peor, las ve en pleno mediodía. ¿Será por eso? Ya lo averiguaremos con calma. ¡John! ¡Johnny! ¡Hola! Amarra eso. ¡Sube! ¡Llegas a tiempo para la gran iluminación!

Da media vuelta y se ocupa en detalles de último momento, guardando cosas en una caja, cepillando la maquinaria de bronce. Se vuelve de repente y echa una mirada alrededor y hacia abajo, escuchando.

MC DUNN
Está en la escalera. ¡Recibámoslo con un gran saludo!

Aprieta un botón y se oye un inmenso grito de la sirena mientras aparece JOHNNY, tapándose las orejas con las manos, sonriendo, jadeando.

JOHNNY
¡Ay, mi respiración! ¡Esa escalera! ¡Soy un viejo!

MC DUNN
No, yo soy viejo. ¡Tú ere joven como los caballos en los campos de mayo! ¡Johnny!¡Qué alegría verte!

Abraza con fuerza al joven, que sonríe y se echa en seguida a reír.

JOHNNY
¡Me has aplastado! ¿Angus! ¡Qué bien se te ve!

MC DUNN
¡Ah, es de subir y bajar corriendo mil escalones por día! Johnny, me alegra mucho que estés por aquí.

JOHNNY
¡Pensé que te sorprendería!

MC DUNN
¿No hay ningún otro motivo...? ¿Sólo la sorpresa?

JOHNNY
¿Qué otra cosa podría ser?

MC DUNN (se contiene)
Nada. ¿Has andado lejos?

JOHNNY
¡En California!

MC DUNN
Pero tuviste que volver, ¿verdad? Bueno, he oído que allí tienen un océano diferente, que no es ni por asomo tan divertido como éste. He oído que allí tienen nieblas de segunda, usadas, y huracanes de cuarta.¡No tenías más remedio que volver!

JOHNNY
Querido Angus, si me dieran a elegir entre una obra de teatro, una nueva película o la vista de esta torre...

MC DUNN
Yo elegiría la vista de la torre, sin dudarlo.

JOHNNY
¡Pero no te relevan nunca! Estás aquí siete noches a la semana, trescientos sesenta y cinco noches al año. ¡Hace años que no te veo en tierra firme! Mereces...

MC DUNN
¿No querrás decir "necesitas"?

JOHNNY
Mereces, necesitas, ¿No te gustaría pasar todo un fin de semana en el pueblo?

MC DUNN
¿Y beber y meterme en líos como plagas de langostas? A veces me pasa esa idea por delante de los ojos, como una licenciosa mota de polvo, pero se va en cuanto parpadeo. ¿Y quién se quedaría aquí en mi lugar, cuidando al enorme bebé por la noche?

JOHNNY
Yo.

MC DUNN
¡Tú!

JOHNNY
Cuando yo era niño me tuviste aquí durante dos años, ¿no te acuerdas? Eres lo más parecido a mi padre. Me preocupa...

MC DUNN
¿Por qué habrías de preocuparte, a menos que aloguien te lo haya metido por la oreja izquierda y te4 lo haya sacado por la derecha?

JOHNNY
Bueno, Angus, la gente habla. ¿Qué pasó desde que me fui?

MC DUNN
Eso no es cosa mía. Las respuestas hay que pedíselas al mar. Johnny, yo no necesito que me releven, ni ir al pueblo, ni emborracharme. Lo que es cierto es cierto. Yo vivo con la realidsd, muchacho, en la base misma del granítico edificio de Dios. Salimos de ese mar hace mil millones de años, perdimos las branquias y adquirimos ciertos modales, y en esa agua hay todavía cosas que salen de vez en cuando para asustar a algunos y deleitar a otros. Sólo has oído la cola doe la verdad, pero te falta la cabeza y el cuerpo.

JOHNNY
Pues cuéntamelos, Angus. Si no te pongo en esa lancha y te llevo a tierra firme, tendré que darles buenas razones en la costa. De lo contrario vendrán aquí y te relevarán de este trabajo. Cuéntame todo.

MC DUNN
Primero verifiquemos unas pocas cosas finales. La noche infernal se acerca, y no estamos preparados. Vamos.   


Hace unos pequeños ajustes en la maquinaria que hay en la enorme caja que tienen a los pies.

JOHNNY
Estoy esperando.

MC DUNN (suspira)
Bueno...

Mira el océano.

MC DUNN
Una noche, hace dos años, poco después de haberte ido...Ah...no me vas a creer.

JOHNNY
¡McDunn!

MC DUNN
Está bien...una noche yo estaba solo. Pero ¿acso no lo estoy siempre? Una noche, aquí solo en la torre como el querido fantasma del padre de Hasmlet, sentí algo. Quizá oí algo con la pelusa del oído medio...Desperté de un sueño profundo y salí a mirar esas aguas antiguas.

JOHNNY
¿Y viste...?

MC DUNN
Todos los peces del mar. Todos, hasta el último, salieron a la superficie, millones y  millones, y se quedaron allí afuera temblando y mirando la luz de la torre que se encendía y se apagaba, se encendía y se apagaba, de modo que yo veía rápidos destellos de aquel extraño billón de ojos. Empecé a tener frío. Eran como una enorme cola de pavo real allí  en el agua, mirándome hasta la medianoche. Entonces, sin el menor ruido, aquellos miles de millones de peces se escabulleron. Me pregunto...¿habrán nadado todas esas millas para venir aquí a rendir culto? La luz, el faro, la torre alta sobre las aguas sombrías, piensa cómo la verán y qué les parecerá a esas criaturas, a esos pobres brutos de ahí abajo, el Dios-luz que relampaguea una y otra vez y esta torre que se anuncia con su voz de sirena. Nunca volvieron, esos peces, pero ¿no crees que por un momento creyeron que estaban ante la Presencia?

JOHNNY
Lo estaban, la presencia de un hombre de lengua desbocada y afición a la bebida.

MC DUNN
Yo estoy lleno, y el mar está lleno.

JOHNNY
¡No puedo contar eso al volver a tierra, Angus! Vamos, si nos damos prisa...

MC DUNN
Darnos prisa un cuerno, muchacho. La noche está ahí. Es demasiado tarde.

JOHNNY
¡Sólo hay dos millas hasta la costa!

MC DUNN
¡"Sólo", dice! Navegar en la oscuridad, con la corriente embravecida en  la última media hora. No, muchacho, pasarás aquí la noche y volverás a tierra al amanecer, si Dios quiere. Pues lo más probable es que veas esta noche lo que yo he visto y no he contado a nadie. Ahora dame una mano. Es de noche, hay niebla, y necesitamos mucha luz. ¡Vamos!

Mueve un interruptor y se encienda la luz, que empieza a girar allí detrás de ellos, empañada, un débil movimiento de iluminación.

MC DUNN
Y ahora...la propia sirena

Toca un segundo botón. La sirena grita.

MC DUNN
Suena como un animal, ¿no es cierto? Un inmenso animal solitario puesto aquí al borde de diez mil millones de años y que ahora llama a los Abismos: Estoy aquí..Estoy aquí...Estoy aquí...

La sirena vuelve a sonar, no tan fuerte.

JOHNNY
Angus...

MC DUNN
No digas nada, pues no tendrá sentido. Tú no crees. Pero escucha, Jhonny, la sirena llama y los Abismos responden. ¿Por qué? Porque un día, hace años, un hombre se detuvo ante el estruendo del océano en una costa fría y sin sol y dijo: "Necesitamos una voz que llame por encima de las aguas y advierta a los barcos. Yo haré esa voz. Haré una voz que será como una cama vacía a tu lado toda la noche, y como una casa vacía cuando abres la puerta, y como los árboles otoñales la primera ncohe que se han quedado sin hojas. Un sonido como de pájaros que vuelan al sur, chillando y un sonido de viento de noviembre y mar enla costa dura y fría. Haré un sonido tan desolado que alcanzará a todos, y al oírlo gemirán las almas, y los hogares parecerán más tibios, y en las distantes ciudades todos pensarán que es bueno estar en casa. Haré un sonido y un aparato, y lo llamaré Sirena, y quienes lo oigan conocerán la tristeza de la eternidad y la
brevedad de la vida.

Mientras McDunn dice esas palabras la sirena suena por lo menos tres veces y luego calla.

JOHNNY
Angus, tienes razón. La voz es como tú dices. Tú podrías haberla inventado.

MC DUNN
Con halagos no conseguirás nada, salvo más monólogos. Escucha.

Los dos prestan atención.

MC DUNN
Ese sonido nos trae por el camino más largo hasta esta ncohe.¡Tendremos una visita! ¿Ya verás!

JOHNNY
¿Esos billones de peces?

MC DUNN
No.

JOHNNY
¿Un pez...una ballena?

MC DUNN
¡No un pez, y no una ballena mamífera de sangre caliente, sino...¡UY! ¡Ah, sí!  ¡Allí!

McDunn ha ido al borde de la torre a mirar y a señalar.

JOHNNY
¿Algo...nadando hacia nuestro faro...?

MC DUNN
Sí.

JOHNNY
¿Algo...grande?

MC DUNN
"Tremendo" es más exacto.

Mc Dunn enciende la pipa y fuma, mirando constantemente. La sirena suena, apagada.

MC DUNN
Ahora es una marea, una llamada a sí mismo, escondido allá abajo, yahora subiendo, subiendo, una ola, una burbuja, un retazo de espuma. Entonces, allí, allí, allí viene, muchahco.

JOHNNY
¿Una cabeza? ¿Una cabeza oscura? ¿Ojos? Un ojo. ¿Dos? ¡Dos! Y un cuello, y más cuellos, y más...

MC DUNN  (sumamente contento)
¡Y más que eso! ¡Tres, seis, diez metros! Y un cuerpo como una isla de coral negro y moluscos y cangrejos, y todo lo subterráneo. ¡Treinta, treinta y cinco metros en total! ¡El monstruo! ¡La belleza! ¡Ahí sale! ¡Ahí sale!

¡La sirena grita! 

El monstruo, imitándola desde lejos, grita.

MC DUNN
¿Oyes?

JOHNNY
No.

MC DUNN
¡Claro que oyes! ¡Escucha!

El monstruo grita, más cerca.

JOHNNY
¡Imposible!

MC DUNN
¡No, nosotros somos los imposibles! Él es meramente fantástico. Es como era hace diez millones de años. No ha cambiado. ¡Somos nosotros y la tierra los que hemos cambiado y nos vuelto imposibles! ¡Nosotros!

La sirena suena. El monstruo responde, más cerca.

JOHNNY
¡La luz! ¡Esos ojos!

MC DUNN (maravillosamente entusiasmado)
¡El rayo de nuestro propio faro reflejado por le monstruo en buen código Morse! ¿Y qué dice, Johnny? 

JOHNNY
¿Es...un dinosaurio?

MC DUNN
¡Uno de la tribu! ¡Y oye su voz encantadora!

JOHNNY
¡Pero se murieron todos!

MC DUNN
No, sólo se escondieron en los Abismos. En el fondo más profundo de los abisales Abismos. Ah, oye el sonido: Abismos. En palabras como ésa cabe toda la frialdad y la oscuridad y la profundidad del mundo.

JOHNNY
¿Qué haremos?

MC DUNN
¿Hacer? Bueno...disfruta del espectáculo.

JOHNNY
Está dando vueltas alrededor. ¿Por qué? ¿Por qué viene aquí?

MC DUNN^
¿No tienes orejas?

La sirena suena. El monstruo grita.

MC DUNN
¡La sirena suena! ¡Y la bestia responde! Hay un grito que atraviesa un millón de años de agua y bruma. Hay una angustia que estremece la médula del alma. Sirena, grito del monstruo, ¿cuál es cuál? Se podría pensar que es otra sirena allá fuera, sola y enorme y lejana. El sonido del aislamiento, un mar invisible, una noche fría, distancia.

El monstruo grita   

JOHNNY
¿Cuándo empezó a venir aquí?

MC DUNN
Hace sólo un año. Piensa Johnny. Ese monstruo allá lejos, amil millas mar adentro y ¿qué más...? ¿A veinte millas de profundidad? Esperando el momento oportuno, quizá todo un millón de años, esa bestia, ¿quién puede saberlo? No yo. Imagínalo esperando un millón de años. ¿Tú podrías esperar tanto tiempo? Quizá es el último de su especie. Y después de toda esa espera, aparecen unos hombres en la tierra y construyen un faro y encienden una luz y hacen sonar una sirena que grita hacia donde has quedado enterraedo tan profundamente que el sonido es apenas un susurro, un eco en tu sueño, recuerdos oceánicos, nada más, mareas oscuras que te llevan a la memoria un mundo donde en una época fuiste joven y te rodeaban miles de seres como túk, seres de una belleza extraordinaria, pero ahora estás solo, solo y en un mundo cambiado, que no te pertenece.

La sirena grita, con sordina. El monstruo grita, con sordina.

MC DUNN
Pero el sonido de la sirena va y viene y tú te despiertas en el turbio fondo del Abismo, y te mueves lenta, lentamente, y tus ojos se abren como las lentes de unas cámaras de metro y medio y en el horno de tu vientre arde otra vez el fuego y empiezas a subir lenta, lentamente. Te alimentas con cardúmenes de abadejos y con ríos de medusas y te escarbas los dientes con ballenas y subes despacio; si salieras de repente a la superficie, estallarías por el cambio de presión. ¡Así que tardas meses o años en salir a la superficie,y entonces allí estás por fin, el monstruo más grande y más espléndido de la creación, y aquí está el faro llamándote con un cuello que sale del agua, largo como tu cuello, y con un cuerpo como tu cuerpo y una voz como tu voz!

La sirena grita, débilmente. El monstruo vuelve a imitarla.

JHONNY
Ah, el monstruo perdido. ¿Ha esperado tanto tiempo, un millón de años, la llegada de alguien que nunda volverá?

MC DUNN
Un millón de años. Una locura de tiempo. Mientras los cielos se despoblaban de pájaros-reptiles y los pantanso se secaban en los continentes, los perezosos y los dientes de sable prosperaban y luego se hundían en pozos de brea, y los hombres corrían como hormigas blancas por las colinas debajo de Jerusalén. El año pasado, esa criatura nadó alrededor del faro una y otra vez, toda la noche. Sin acercarse demasiado, desconcertada. Quizá también asustada. Y un poco enfadada después de haber nadado tanto tiempo hasta aquí. Pero al día siguiente la niebla se disipó, salió el sol y la bestia se alejó nadando en el calor y el silencio y no volvió nunca más. Supongo que ha estado todo el año rumiando, pensándolo de todas las maneras posibles. Quizá sólo sube una vez al año, una noche. De todos modos marqué la fecha. ¡Y aquí está!

JOHNNY
¡Y acercándose!

MC DUNN
¡Vaya si se acerca!

La sirena grita. El monstruo grita.

JOHNNY
¡Está subiendo! ¡Está subiendo! ¡Ah! ¡Tiene la cabeza a la misma altura que nosotros!

MC DUNN
¡Apártate, muchacho!

JOHNNY
¡Va a atacarnos! ¡La luz,Angus! ¡La sirena! ¡Si la apagamos se marchará!

JOHNNY corre. El monstruo grita con fuerza. La sirena calla en mitad de un grito. La luz se apaga.


MC DUNN
¡Johnny, no! ¡No!

El monstruo está furioso.

MC DUNN
No. ¡Eso es lo peor de todo! ¡Piensa que nos hemos ido! Enciende otra vez. ¡Rápido, enciende!

Vuelve la luz. Suena la sirena. Hay un temblor, como un teremoto, y el animal grita.

JOHNNY
¡Se ha abrazado a la torre, la romperá! ¿Nos caeremos!

MC DUNN
¡Baja los escalones! ¡Rápido!

JOHNNY
Está subiendo de nuevo, subiendo, subiendo. ¡No, no!
¡Es tan alto! ¡Angus!

MC DUNN
¡Baja! ¡Baja,idiota!

MC Dunn lo arrastra. Caen por el hueco de la escalera.

Una furibunda luz verde ilumina la torre...¡Una sombra! Y oscuridad. Un estrépito de vidrios. Se astilla la madera, el metal, las piedras. Todo cae y se desmorona.

Silencio durante un rato; entonces la luz verde se levanta y descubre a los dos hombres tumbados, los ojos inmóviles, esperando. Y encima y alrededor de ellos unos sonidos de respiración y unos inmensos gemidos.


JOHNNY
¿Angus?

MC DUNN
Vivo. Gracias a Dios por este sótano. Escucha. Calla. Es él, inclinado ahí encima, a menos de una piedra de distancia.

JOHNNY
El olor. Es terrible. Me moriré.

MC DUNN
Vivirás. Pero ¿vivirá él? Escucha. El lamento. El desconcierto. Para él ha desaparecido la torre. Ha desaparecido la luz. Ha desaparecido la cosa que lo estuvo llamando a través de un millón de años. Así que ahora es él quien llama, como si la Sirena hubiera despertado de nuevo a la vida y soltara grandes lamentaciones, una y otra vez. Y los barcos que andan por el mar, pasando a estas altas horas de la noche, lo oyen gritar y piensan: Allí está, el sonido desolado, la sirena de la Bahía Solitaria. Todo va bien. Hemos doblado el cabo. ¿Habremos pasado el arrecife?

Los jadeos cesan. Los gritos se apagan. Hay un gran movimiento de marea. Se oyen las olas.

JOHNNY
¿Se ha ido?

MC DUNN
Sí.

Los dos hombres se sientan. La luz ha empezado a aclarar.

MC DUNN
Oh, ¿no ha sido maravilloso?

JOHNNY
¿Maravilloso?

MC DUNN
Y ¿no ha sido triste?

JOHNNY
¡Está volviendo!

MC DUNN
No. Se va. Vuelve a los Abismos. ¿Y qué ha aprendido? ¿Que no vale la pena amar demsaido en este mundo salvaje y extraño? ¿O que igual conviene amar, aunque resulte ser un mero faro, una luz, una sirena en la niebla, y todo a cargo de dos meros hombres hormigas?

JOHNNY
¿Crees que supo qué éramos nosotros?

MC DUNN
Tanto como nosotros sabemos lo que es él; no mucho. Ay, Johnny, mañana baja a tierra, cásate bien, vive en una casa caliente con ventanas brillantes y puertas cerradas lejos del mar, y ven a visitarme cada año, pero déjame el océano.

JOHNNY
No regresará nunca más. Lo siento. Se ha ido a esperar otro millón de años.

MC DUNN
Pobrecito. Esperando allá. Esperando. Sí. Mientras el hombre va y viene por este pequeño y lamentable mundo. Esperando...¿hasta...que yo reconstruya la torre? ¿Y quizá entonces...Johnny...si volviera algún día? ¿Si el monstruo viniera a visitarme y volviera a alzar su voz triste y terrible para hacer viejas preguntas?

Se oye a lo lejos un grito solitario.

MC DUNN (despacio)
Para esas preguntas, Johnny, ¿qué respuestas tienes preparadas? ¿Qué puedes...decir?

Se miran un largo tiempo, en silencio, y luego se quedan observando fijamente el mar.
Se atenúan las luces. La voz de la bestia marina se apaga. 
Cae el telón.
:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
de Columna de fuego y otras obras-1975, Ray BRADBURY--
traducc. Marcial Souto-edit. Minotauro, 1997

Transcribo de la introducción los comentarios del propio Ray BRADBURY, primavera 1975 sobre este relato incluído en el libro Columna de fuego y otras obras:
¿Cómo  me "ocurrieron" estas obras?
La sirena fue el resultado de un encuentro que tuve una noche con las desmoronadas ruinas del muelle de Venice y las gigantescas vías y durmientes de la montaña rusa que había en la arena. Mientras las miraba, dije:"¿Qué hace este dinosaurio tendido aquí en la orilla, por qué vino aquí?". Dos noches después me desperté y orí la sirena que llamaba y llamaba lejos en la costa. "¡Por supuesto!", pensé. "¡La sirena suena como un animal. ¡Llamó a ese dinosaurio y lo atrajo a la costa!"
Bueno, La sirena es, creo, un diálogo poético sobre la Soledad y el Tiempo y un extraño amor no corespondido. No lo sabía cuando lo escribí, pero eso es lo que resultó. Una encantadora y triste Sorpresa.

domingo, 3 de junio de 2012

este afán por la lengua extranjera-C.Blázquez


-este afán por la lengua extranjera, esa que se auxilia del verbo ser para mover al sujeto, para conmoverlo ...y  para hacerle permanecer
 -¿como si se moviera?
-sí, como si  al permanecer se moviera

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C.Blázquez ((de ¿Qué o quién te abrigará los pies?)


lunes, 13 de febrero de 2012

Cuervos son los generales,... de Los cuervos-Karl KRAUS



Karl Kraus consigue graznar su poema Los cuervos, de su obra Los últimos días de la humanidad


Los últimos días de la Humanidad
Acto 5º
Escena quincuagésimoquinta (quicir, escena 54)
(pequeño extracto del final)

Los sonidos se transforman en una música terrible durante la visión siguiente. En el Monte Gabriele. Cadáveres insepultos, casi descompuestos, apilados en un inmenso montón. Una bandada de cuervos vuela graznando el torno al botín.

LOS CUERVOS CANTAN:

Siempre fue nuestro sustento
la carne de los caídos,
pues por vuestro apareamiento estamos muy bien servidos.

Nunca nada hemos pedido
y alimento nos vais dando,
que con tanto hombre podrido
nuestra hambre se va saciando

La victoria celebramos
si las víctimas aumentan,
con graznidos las llamamos
y por millares se cuentan.

Cuervos son los generales
graznando tópicos verbos.
¡Donde yacen los mortales
generales son los cuervos!

Podéis perder la batalla,
no es motivo de vergüenza.
¡Damos, vos y nos, la talla,
pues no existe quien nos venza!

Sí, vivitos y coleando
estamos, seres gemelos,
de la guerra disfrutando,
generaluchos, grajuelos.

Si juntáis nuestro alimento,
de comer no nos privamos.
No ha sido el hambre tormento
desde tropas escoltamos.

Hambre no es nuestra virtud,
hambre es morir como un paria.
De allí nuestra gratitud
por no estar en retaguardia.

Allí la miseria: niños
y ancianos viviendo inertes,
mientras aquí sin cariño
la tropa nos da su muerte.

Vuestro matadero es bueno
para sus mejores clientes.
Siempre estará el cuervo lleno
mientras la tropa reviente.

Trad. Adam Kovasics

viernes, 6 de enero de 2012

de El viajero sin propósito-Charles DICKENS-

EL CARGAMENTO DE EL GRAN TASMANIA

Utilizo regularmente, en los dos sentidos, una determinada línea de ferrocarril que tiene a Londres como estación terminal. Se trata de una línea que desemboca en un gran depósito militar y unos extensos barracones. Hasta donde alcanzo a recordar, nunca he estado de día en esa línea sin ver a varios desertores maniatados en el tren.
Es natural que una institución como nuestro Ejército británico albergue entre sus filas un cierto número de elementos conflictivos, a veces molestos. Pero ésta es una razón más, y no menos, para hacerla lo más atractiva posible para hombres honestos y bien intencionados. La atracción que ésta ejerce sobre ellos no se debe seguramente al hecho de que sea un lugar donde se invierten brutalmente las leyes naturales y se impone la obligación de vivir en peores condiciones que las de una porqueriza. Por consigguiente, aun cuando se han hecho públicos últimamente algunos circunloquios ornamentales sobre la condición del soldado, nosotros, los civiles, sentados en la oscuridad del exterior, meditando alegremente sobre un cierto Impuesto sobre la Renta, hemos considerado que el asunto era de nuestra incumbencia, y nos hemos visto abocados a manifestar que preferiríamos que dicha instituciuón no estuviese mal regulada, aun cuando con esta declaración se deje entrever una velada insinuación a aquellos que tienen autoridad sobre nosotros, sin que ello suponga menoscabo de la buena moral cristiana.
Cualquier descripción animada de una batalla moderna, cualquier correspondencia privada de un soldado que se publique en los periódicos, cualquier página de archivos de Victoria Cross,
(máxima condecoración del Ejército Británico"al valor frente al enemigo", instituida por la Reina Victoria) mostrará que en las filas del ejercito existe, en las peores circunstancias, un sentido del deber tan arraigado como en cualquier otro servicio en la tierra. ¿Quién duda de que si todos cumpliésemos con nuestro deber tan lealmente como lo hace un soldado, el mundo sería mejor? ¿Quizás encontramos más obstáculos en nuestro camino que un soldado? Sin objeciones. Pero al menos no faltemos a nuestras obligaciones para con él.
Había regresado a aquel hermoso y próspero puerto donde había buscado a MercantileJack, y caminaba por la colina en una espantosa mañana de marzo. Mi conversación con mi amigo funcionario Pangloss,(
tutor del Cándido de Voltaire; representa una suerte de caricatura del filósofo Leibniz y su visión del mundo como"el mejor de los posibles", que le lleva a justificar, incluso las peores tragedias.Dickens establece un paralelo entre "su amigo funcionario" y el personaje de Voltaire para reforzar su ironía en este artículo)que por casualidad me acompañaba, había tomado estos derroteros mientras ascendíamos colina arriba,porque el objetivo de mi viaje sin propósito comercial era visitar a algunos soldadeos liberados del servicio que habían regresado recientemente de la India. Entre ellos había hombres de HavelocK(general británico que ganó la batalla de Maharajpur, y la reconquista de Cawnpore a los rebeldes en 1857) y otros soldados que habían participado en numerosas batallas de la gran campaña de la India, y tenía curiosidad por ver qué aspecto tenían estos hombres una vez que habían cesado en sus funciones militares.
No me interesaba menos el hecho-tal como le mencioné a mi amigo funcionario, Pangloss-de que estos hombres hubieran solicitado ser dispensados del servicio y se les hubiera denegado este derecho. Se habían comportado con una lealtad y una bravura intachables, pero a raíz de un cambio de circunstancias, consideraron que su compromiso llegaba a su fin y se arrogaron el derecho de contraer uno nuevo. Las autoridades de La India se habían opuesto torpemente a su solicitud, pero es de suponer que nuestros hombres no estaban equivocados del todo, porque siguiendo órdenes de la madre patria, se puso fin al desatino enviándolos a casa y liberándolos de sus obligaciones. (Por supuesto, con una inmensa cantidad de dinero derrochado).
Teniendo en cuenta estas circunstancias-me decía yo, remontando la cuesta de la colina, donde me encontré por casualidad con mi amigo funcionario-, en las cuales los hombres han plantado cara con éxito al Departamento de la Pagoda del Gran Ministerio de Circunloquios,
(Pagoda Department o The Circumlocution Office son términos con los que Dickens satiriza en La pequeña Dorrit y en otras obras, a la Administración y a los políticos victorianos),donde el sol no se pone jamás y no se eleva nunca la luz de la razón, el Departamento de la Pagoda habrá prestado especial atención a la salvaguaarda del honor de la nación. En sus relaciones con estos hombres, les habrá demostrado, con escrupulosa buena fe, por no hablar de generosidad, que las más altas instancias nacionales no deben caer en represalias ni pequeñas venganzas. Habrán tomado todas las precauciones correspondientes para velar por la salud de estos soldados en su travesía de regreso y para llevarles a buen puerto, procurándoles una navegación reparadora en la que el aire puro, la alimentación sana y las buenas medicinas hayan servido para que recobren fuerzas tras sus agotadoras campañas. Y yo me regocijaba de antemano con la idea de detenerme a escuchar sin prisas los grandes relatos que estos hombres contarían en cada uno de sus ciudades y pueblos de origen, así como con el imperceptible aumento de la popularidad que de todo ello se derivaría para el servicio militar. Empecé casi a esperar que los desertores que hasta ese momento se habían cruzado regularmente conmigo en mis periplos ferroviarios se convertirían pronto en una excepción.
Con esta buena disposición de ánimo llegué al hospicio de Liverpool; pues era a esta morada tan fastuosa adonde les había llevado a los soldados en cuestión el ir a recoger laureles en un suelo arenoso.
Antes de pasar a visitarles en los pabellones reservados para ellos, quise conocer las circunstancias que habían rodeado la entrada triunfal de aquellos hombres. Al parecer, habían sido conducidos en carretas bajo una copiosa lluvia desde el desembarcadero hasta las puertas del hospicio y habían sido transportados hasta el piso sobre las espaldas de algunos indigentes. Sus gemidos y dolores durante este glorioso desfile habían causado tanta angustia a quienes estaban presentes que no habían podido reprimir sus lágrimas, aun estando acostumbrados a escenas de sufrimiento. Su estado de congelación era tan atroz que fue difícil impedir quese acercaran a los fuegos y metieran sus pies en las brasas ardientes. Era tal su menoscabo físico que producía espanto mirarlos. Devastados por la disentería y renegridos por el escorbuto, los ciento cuatrenta desventurados soldados habían sido revividos a base de lingotazos de brandy antes de depositarlos en las camas.

Mi amigo funcionario Pangloss es descendiente por línea directa de un erudito doctor del mismo nobre que fue en otro tiempo tutor de Cándido, un ingenioso y joven caballero de cierto renombre. En privado, es tna humanoy esgtimable como la mayor parte de los caballeros que conozco; pero, en su condición de funcionario, pregona desgraciadamente las doctrinas de su célebre ancestro, con el ánimo de demostrar a la menor ocasión que vivimos en el mejor de los mundos posibles.
-En nombre de la Humanidad, dije yo, ¿cómo es que los hombres han caído en un estado tan deplorable?¿Estaba el barco bien abstecido de víveres?
-No puedo decir que lo verificase con mis propios ojoos-respondió Pangloss-, pero tengo buenas razones para afirmar que los víveres eran los mejores que habían en el almacén.
Un médico militar nos había mostrado un puñado de las galletas podridas y otro de guisantes agrietados. Las galletas eran una gusanera infecta donde se apelmazaban los excrementos de las larvas. Los guisantes estaban aún más duros que este montón de inmundicias. A modo de prueba habían hervido otro puñado durante seis horas y no se habían reblandecido lo más mínimo. Estos eran los víveres con los que se habían alimentado los soldados.
-La carne... -conencé a decir yo, antes de que Pangloss me dejara con la palabra en la boca.
-...era la mejor que podía encontrarse-replicó él.

Pero he aqui que se nos había presentado un testimonio, prestado en el curso de una indagación del juez pesquisidor("Coroner", oficial civil encargado de la investigación de casos de muerte súbita o natural) en relación con algunos hombres-que se habían obstinado en morir a causa de su tratamiento-, en el cual quedaba patente que era la peor de las carnes que cabía imaginar.
-No obstante, pongo la mano en el fuego -dijo Pangloss- de que el cerdo era el mejor que había.
-Pero mira esta bazofia con tus propios ojos, si es que no estoy empleando mal esta palabra -dije yo-. ¿Es que algún inspector que cumpliese con su deber podría pasar por alto una abominación semejante?
-No la deberían haber admitido- reconoción Pangloss.
-Entonces, las autoridades...-empecé a decir, antes de que Pangloss me cortase nuevamente.
-Parece que ciertamente se ha producido un error en alguna parte -dijo él-, pero estoy dispuesto a probar que no hay mejores autoridades que las que tenemos.

Nunca había oído hablar de una autoridad pública recusada que no fuera la mejor autoridad pública que pudiera existir.
-Nos han dicho que estos desgraciados estaban debilitados or el escorbuto-hice notar yo-. Habida cuenta de que el zumo de limón se ha almacenado y servido regularmente en nuestra marina, esta enfermedad, que solía ser devastadora hasta entonces, tendría que haber desaparecido. ¿Había zumo de limón a bordo de ese navío?

Cuando mi amigo funcionario iniciaba ya su ritornelo de "el mejor que había", el índice molesto de un médico señaló otro pasaje del informe, del que se deducía que el zumo de limón era también de pésima calidad. Por no mencionar el vinagre,las verduras y los guisos, que eran claramente insuficientes -si es que había algo que mereciese la pena cocinarse-, las provisiones de agua, inadecuadas de todo punto, y la cerveza agria.

-Entonces, los hombres-declaró Pangloss, ligeramente irritado- eran los peores hombres posibles.
-¿En qué sentido?-pregunté.
-¡Ay! Borrachos empedernidos-repitió Pangloss.
Pero nuevamente, el mismo índice médico despiadado señaló a nuestra atención otro pasaje del informe, en el que se demostraba que, según los resultados de la autopsia practicada tras el fallecimiento, los hombres no podían ser borrachos habituales porque los órganos que habrían supuestamente revelado rastros de esa dependencia estaban perfectamente sanos.
-Y, además- añadieron los tres doctores presentes-, un borracho empedernido sometido al mismo trato que estos hombres no podría recuperarse con cuidados y alimentación, como la gran mayoría de estos hombres lo están haciendo. Su constitución no habría sido lo bastante fuerte para ello.
-Eran perros locos e imprevisibles- declaró Pangloss-. Suelen serlo en nueve de cada diez casos.

Me giré hacia el director del hospicio y le pregunté si los hombres llevaban algo de dinero..
-¿Dinero?-repitió él-. En mi caja fuerte tengo alrededor de cuatrocientas libras que les pertenecen;los agentes tienen casi cien libras más, y muchos de ellos han dejado también fondos en los bancos indios.
-¡Caramba!-me dije a mí mismo mientras subíamos al piso por la escalera- tengo la corazonada de que ésta no es la mejor de las historias posibles.
Penetramos en una gran sala que contenía entre veinte y veinticinco camas. Atravesamos sucesivamente varias salas idénticas. Me es muy difícil describir el terrible espectáculo que vi allí sin asustar al lector de estas líneas y fracasar en mi propósito de dar a conocer estos hechos.
¡Ay! Los ojos hundidos que se volvían hacia mí cuando pasaba entre las filas de camas o que -peor aún- miraban fijamente el techoo blanco, sin ver nada y ajenos a todo! Aquí yacía el esqueleto de un hombre, recubierto por una piel tan fina y estropeada que dejaba asomar todos los huesos de su anatomía, y cuyo brazo, a la altura del codo, yo podía rodear con el pulgar y el índice. Recostado, un poco más allá, había también un hombre enfermo de escorbuto, con las piernas descarnadas, las encías carcomidas y los dientes gastados. Otra cama estaba vacía, porque en ella se había instalado la gangrena, y el paciente había muerto ayer. En otra no había ya esperanza para su ocupante, porque éste se iba desmoronando a ojos vista, y solamente se despertaba para cambiar, con u débil gemido, su rostrolívido de uno a otro lado de la almohada. La atroz delgadez de las mejillas hundidas, el brillo terrible de sus ojos anclados en las cuencas, los labios plomizos,las manos marfileñas,las siluetas humanas tendidas a la sombra de la muerte, envueltas en un solemne halo crepuscular, como los sesenta soldados que habían perecido a bordo del navío y que ahora yacían en el fondo del mar: ¡Ay, Pangloss, que Dios os perdone!

En una cama había un hombre tendido al que habían salvado la vida-así lo esperaban- mediante incisiones en los pies y en las manos. Mientras hablaba con él se acercó una enfermera para cambiar las cataplasmas que había sido necesario colocarle a raíz de la operación, y tuve instintivamente el sentimiento de que no debía apartar la mirada para ahorrarme el espectácul
o. Estaba gravemente depauperado y sumamente sensible,pero hacía esfuerzos heroicos para dominar cualquier expresión de impaciencia o sufrimiento. Por los rasgos contraídos de su cara y la sábana que lo cubría por completo, no era difícil ver que soprotaba dolores muy agudos, y su estado me crispó como si yo también sufriese. Pero cuando prepararon nuevos vendajes y le aliviaron nuevamente los pies, es excusó-aunque no había pronunciado ni una palabra-diciendo con un tono lastimero:"¡Ya ve lo sensible y débil que estoy, señor!". No oí una sola queja ni de él ni de ninguno de sus numerosos compañeros de infortunio. Escuché muchas palabras de agradecimiento por la solicitud y el cuidado que les prodigaban, pero ni la más mínima queja.
Creo que habría podido reconocer en el esqueleto más desconsolado que hubiera allí el espectro de un soldado. Algo del aire de antaño latía todavía en la más pálida sombra de vida con la que hablaran. Tumbado sobre la cama y con las piernas estiradas, vi a un pobre hombre escuálido, consumido hasta los huesos, en el sentido estricto del término, con un aspecto tan próximo a estar muerto que le pregunté a uno de los doctores si estaba moribundo o había ya fallecido. Algunas palabras amables que le susurró el doctor en la oreja le hicieron abrir los ojos, sonreír un momento, como dando a entender que le habría gustado saludarme si hubiera podido.
-Vamos a ayudarle a reponerse, si Dios quiere-dijo el doctor.
-Si Dios quiere, señor, lo que yo querría es dormir; mi respiración es lo que hace las noches tan largas.
-Es un tipo prudente, conviene que lo sepa -me dijo el doctor, con buen humor-. Cuando lo pusieron en la carreta para traerlo aquí, llovía a cántaros, y tuvo la presencia de ánimo de pedir que le sacaran una moneda de un soberano que tenía en el bolsillo y que llamaran a un simón. Probablemente gracias a eso slavo su vida.
Una débil risa sacudió el esqueleto del paciente que, orgulloso de la historia, dijo:
-Es cierto, señor, la carreta es un medio cómico de traer a un moribundo hasta aquí, y un modo seguro de matarlo.
Nada más oírlo, habría jurado que era un soldado.
Una cosa me había intrigado mucho mientras iba de cama en cama. Una sumamente significativa y cruel No había podido encontrar en todas ellas más que a un hombre joven. Éste había llamado mi atención al levantarse y vestirse con su chaqueta y su pantalón de soldado, con lla intención de sentarse cerca del fuego; pero viéndose demasiado débil, se había arrastrado hasta su cama y se había acostado sobre la cobertura. Habría dicho que se trataba de un hombre joven al que el hambre y la enfermedad habían envejecido. Cuando estábamos junto a la cabecera de la cama del soldado irlandés, hice partícipe de mi perpleijidad al doctor. De la cabecera de la cama cogió una pizarra con algunas palabras escritas, y me preguntó qué edad le atribuía. Le había observado atentamente mientras hablaba con él, y le respondí con toda confianza: "Cincuenta". El doctor, con una mirada rápida y compasiva al paciente, que había vuelto a caer en el estupor, volvió a dejar la pizarra en su sitio y dijo: "veinticuatro".
El mantenimiento de las salas era impecable. No habrían podido ser más humanas, cálidas, acogedoras,cuidadas y bien atendidas. Los propietarios del barco se habían prodigado, ellos también, en todas las atenciones que estaban a su alcance. Había buenos fuegos en cada habitación y los hombres convalecientes estaban sentados a su alrededor, leyendo diversas revistas y periódicos. Me tomé la libertad de invitar a Pangloss, mi amigo funcionario, a que fuera a ver a estos enfermos, y me dijera si sus rostros y actitudes eran o no, en general, las caras y las actitudes de soldados robustos y respetables. El director del hospicio, sorprendido de mis propósitos, me dijo que él había tenido una experiencia bastante dilatada con las tropas, y que nunca le había tocado dirigir a mejores hombres que aquellos. Ellos eran siempre-añadió-tal como los veíamos allí. Y yo apositllo que, por lo que respecta a nosotros, los visitantes, ignoraban casi todo excepto nuestra presencia.
Fue un gesto de audacia por mi parte, pero me tomé otra libertad con Pangloss. Dejando claro de antemano que no me cabía duda de que nadie tenía el menor deseo de silenciar nada de aquel terrible asunto, y que la investigación que se llevara a cabo debía ser lo más imparcial posible, le rogué a Pangloss que pensara en cuatro aspectos de la situación: en primer lugar, que tuviera bien en cuenta que la investigación no había sido realizada en el hospicio, sino a una cierta distancia de él; en segundo lugar, que se diera una vuelta para ver a aquellos pobres espectros en sus camas; en tercero, que recordara que los testigos escogidos para dicha investigación no habían sido seleccionados por el hecho de ser los que más tenían que decir al respecto, sino porque su restablecimeinto no ofrecía ninguna duda; en cuarto lugar, que me dijera si el juez pesquisidor y el tribunal habían podido ir hasta allí, hasta aqueellas camas, a recoger un pequeño testimonio. Mi amigo funcionario se negó a responderme.
En uno de los grupos de hombres sentados junto al fuego, había un sargento leyendo. Puesto que se trataba de un hombre con el aspecto de ser muy inteligente,y yo tengo en gran estima a los suboficiales, me senté sobre la cama lo más cerca posible de él. (Era una cama de uno de los más terroríficos esqueletos de aquella partida de pobres hombres, el cual había de morir no mucho despues).
-Sargento, en la deposición de un oficial durante la investigación, me alegró ver que afirmaba no haber visto hombres como aquellos comportarse mejor a bordo de un barco.
-Se comportaron muy bien, señor.
-Me alegró constatar también que todos los hombres tenían una hamaca.
El sargento sacudió la cabeza con gravedad:
-En eso debe haber un error, señor. Mis hombres no tenían hamaca. No había suficientes hamacas a bordo, y los hombres de las dos unidades vecinas se habían apropiado de las hamacas en cuanto subieron a bordo, desplazando de ellas a mis hombres, por así decirlo.
-¿Los hombres desplazados no tenían hamaca, entonces?
-No, señor. Cuando los hombres morían, eran utilizadas por otros que las necesitaban; pero la mayor parte de ellos no tenían.
-Entonces, no está de acuerdo con la deposición en este punto.
-En absoluto, señor. Un hombre no puede estar de acuerdo cuando sabe que es lo contrario.
-¿Vendió alguno de los hombres su litera a cambio de bebida?
-También en ese punto hay un error, señor. Los hombres tenían la impresión -yo lo sabía a ciencia cierta en aquel momento-de que no tenían derecho a coger las mantas o la ropa de cama del barco; por tanto, los que sí tenían una se pusieron a venderlas con ese fin.
-¿Vendió alguno de los hombres su ropa a cambio de bebida?
-Sí, señor.
(Creo que no ha habido jamás un testigo más sincero que aquel sargento.No pretendía de ningún modo tomar partido).
-¿Muchos?
-Algunos, señor (reflexionando sobre la cuestión). A la manera en que lo hacen los soldados. Durante la estación de lluvias habían hecho largas marchas por carreteras en mal estado -de hecho,poco tenía de auténticas carreteras-, y cuando llegaron a Calcuta, los hombres se pusieron a beber sin pensárselo dos veces. A la manera en que lo hacen los soldados.
-¿Ha visto hombres en este pabellón,por ejemplo, que vendieran su ropa para beber en aquel momento?
La mirada tenue del sargento, que empezaba a reanimarse felizmente, recorrió la sala en derredor suyo y volvió a posarse en la mía.
-Sin duda, señor.
-La marcha hasta Calcuta durante los monzones tuvo que ser dura.
-Muy dura, señor.
-Sin embargo, tanto con el reposo como con el aire marino,pensaría que los hombres-incluso los que bebían- habrían comenzado a reestablecerse a bordo del barco.
-Así es, señor;pero el mal rancho les pasó factura, y cuando llegamos a latitudes más frías, su estado de salud empeoró y empezaron a caer.
-Me han dicho que los enfermos pierden el apetito, ¿es cierto, sargento?
-¿Usted no ha visto el rancho, señor?
-Algunas muestras.
-¿No ha visto cómo tienen la boca, señor?

El sargento, que era un hombre de pocas palabras pero bien escogidas, no podia haber resumido tan certeramente lo que había pasado. Creo que los enfermos habrían podido comerse tanto las provisiones como el barco entero.
Una vez hube dejado al sargento, deseándole un pronto reestablecimiento, me tomé la libertad de preguntar a mi amigo Pangloss si había oído alguna vez hablar de galletas que se emborracharan y cambiaran sus propiedades nutritivas por putrefacción y gusanos; de guisantes que se endurecieran con el licor; de hamacas que se bebieran de un trago la faz de la tierra; de zumo de limón, verduras, vinagre, guisos, suministros de agua y cerveza que se pusieran de acuerdo para tomarse unas copas y hundirse en la miseria. Si no es así -le pregunté-, ¿qué habría dicho en defensa de los oficiales condenados por el tribunal del juez pesquisidor, quien, al rubricar el informe de la Inspección General en relación con el barco Gran Tasmania, fletado para estas tropas, había afirmado abiertamente que todas estas inmundicias envenenadas eran alimentos sanos y en buen estado?
Mi amigo funcionario replicó que lo que le resultaba notable era el hecho de que, aunque algunos de los oficiales no eran más que positivamente buenos, y otros mejores en comparación con ellos, estos últimos eran los mejores que pudiera imaginarse.

Me flaquean la mano y el corazón al escribir el relato de este viaje. El espectáculo de aquellos soldados en las camas de aquel hospicio de Liverpool-un buen hospicio donde los haya-era tan impactante y tan escandaloso que,en tanto que inglés, me causa sonrojo recordarlo. Hubiera sido simplemente insoportable en aquel momento si no hubiera sido por la consideración y la compasión que se les ofrecía para aliviar sus sufrimientos.
Ninguno de los castigos previstos en nuestra ineficaz legislación está a la altura del daño infligido en este asunto. Pero, si éste es relegado al olvido sin que paguen los culpables; o si el
Gobierno -con independencia del partido político que sea- no depura las responsablidades ni cesa en sus puestos a las personas implicadas en este desafuero, será un baldón de ignominia para él y una vergüenza para la nación que acepte cobardemente que un atropello semejante pueda cometerse en su nombre.

del libro de relatos El viajero sin propósito, 1860-70,Charles DICKENS
Trad. y prólogo Pedro Tena-editorial Gadir,2010














martes, 3 de enero de 2012

El bastón de laca-J.L.BORGES

María Kodama lo descubrió. Pese a su autoridad y a su firmeza, es curiosamente liviano. Quienes lo ven lo advierten; quienes lo advierten lo recuerdan.
Lo miro. Siento que es una parte de aquel imperio, infinito en el tiempo, que erigió su muralla para construir un recinto mágico.
Lo miro. Pienso en aquel Chiang Tzu que soñó que era una mariposa y que no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre.
Lo miro. Pienso en el artesano que trabajó el bambú y lo dobló para que mi mano derecha pudiera calzar bien en el puño.
No sé si vive aún o si ha muerto.
No sé si es tahoista o budista o si interroga el libro de los sesenta y cuatro hexagramas.
No nos veremos nunca.
Está perdido entre novecientos treinta millones.
Algo, sin embargo, nos ata.
No es imposible que Alguien haya premeditado este vínculo.
No es imposible que el universo necesita este vínculo.

Jorge Luis Borges, 1981-La cifra

domingo, 1 de enero de 2012

Así comienza también El POZO-de J.C.ONETTI

El pozo (1939)


Hace un rato me estaba paseando por el cuarto y se me ocurrió de golpe que lo veía por primera vez. Hay dos catres, sillas despatarradas y sin asiento, diarios tostados de sol, viejos de meses, clavados en la ventana en lugar de los vidrios.
Me paseaba con medio cuerpo desnudo, aburrido de estar tirado, desde mediodía, soplando el maldito calor que junta el techo y que ahora, siempre en las tardes, derrama adentro de la pieza. Caminaba con las manos atrás, oyendo golpear las zapatillas en las baldosas, oliéndome alternativa­mente cada una de las axilas. Movía la cabeza de un lado a otro, aspirando, y esto me hacía crecer, yo lo sentía, una mueca de asco en la cara. La barbilla, sin afeitar, me rozaba los hombros.
Recuerdo que, antes que nada, evoqué una cosa sencilla. Una prostituta me mostraba el hombro izquierdo, enrojecido, con la piel a punto de rajarse, diciendo:
—“Date cuenta el serán hijos de perra. Vienen veinte por día y ninguno se afeita”.
Era una mujer chica, con unos dedos alargados en las puntas, y lo decía sin indignarse, sin levantar la voz, en el mismo tono mimoso con que salu­daba al abrir la puerta. No puedo acordarme de la cara; veo nada más que el hombro irritado por las barbas que se le habían estado frotando, siempre en ese hombro, nunca en el derecho, la piel colorada y la mano de dedos finos señálandola.
Después me puse a mirar por la ventana, distraído, buscando descubrir cómo era la cara de la prostituta. Las gentes del patio me resultaron más repugnantes que nunca. Estaban, como siempre, la mujer gorda lavando en la pileta, rezongando sobre la vida y el almacenero, mientras el hombre tomaba mate agachado, con el pañuelo blanco y amarillo colgándole frente al pecho. El chico an­daba en cuatro patas, con las manos y el hocico embarrados. No tenía más que una camisa remangada y, mirándole el trasero, me dio por pensar en cómo había gente, toda en realidad, capaz de sentir ternura por eso.
Seguí caminando, con pasos cortos, para que las zapatillas golpearan muchas veces en cada paseo. Debe haber sido entonces que recordé que mañana cumplo cuarenta años. Nunca me hubiera podido imaginar así los cuarenta años, solo y entre la mugre, encerrado en la pieza. Pero esto no me dejó melancólico. Nada más que una sensación de curiosidad por la vida y un poco de admiración por su habilidad para desconcertar siempre. Ni siquiera tengo tabaco.
No tengo tabaco, no tengo tabaco. Esto que escribo son mis memorias. Porque un hombre debe escribir la historia de su vida al llegar a los cua­renta años, sobre todo si le sucedieron cosas interesantes. Lo leí no sé dónde.
Encontré un lápiz y un montón de proclamas aba­jo de la cama de Lázaro, y ahora se me importa poco de todo, de la mugre y el calor y los infelices del patio. Es cierto que no sé escribir, pero escribo de mí mismo.
Ahora se siente menos calor y puede ser que de noche refresque. Lo difícil es encontrar el punto de partida. Estoy resuelto a no poner nada de la Infancia. Como niño era un imbécil: sólo me acuerdo de mí años después, en la estancia o en el tiempo de la Universidad. Podría hablar de Gregorio, el ruso que apareció muerto en el arroyo, de María Rita y el verano en Colonia. Hay miles de cosas y podría llenar libros.
Dejé de escribir para encender la luz y refrescarme los ojos que me ardían. Debe ser el calor. Pero ahora quiero algo distinto. Algo mejor que la historia de las cosas que me sucedieron. Me gustaría escribir la historia de un alma, de ella sola, sin los sucesos en que tuvo que mezclarse, queriendo o no. O los sueños. Desde alguna pesadilla, la más lejana que recuerde, hasta las aventuras en la cabaña de troncos. Cuando estaba en la estancia, soñaba muchas noches que un caballo blanco saltaba encima de la cama. Recuerdo que me decían que la culpa la tenía José Pedro porque me hacía reir antes de acostarme, soplando la lámpara eléctrica para apagarla.
Lo curioso es que, si alguien dijera de mi que soy “un soñador”, me daría fastidio. Es absurdo. He vivido como cualquiera o más. Si hoy quiero hablar de los sueños, no es porque no tenga otra cosa que contar. Es porque se me da la gana, sim­plemente. Y si elijo el sueño de la cabaña de troncos, no es porque tenga alguna razón especial. Hay otras aventuras más completas, más interesantes, mejor ordenadas. Pero me quedo con la de la cabaña porque me obligará a contar un prólogo, algo que me sucedió en el mundo de los hechos reales hace unos cuarenta años. También podría ser un plan el ir contando un “suceso” y un sueño. Todos quedaríamos contentos.
Aquello pasó un 31 de diciembre, cuando vivía en Capurro. No sé si tenía 15 o 16 años; sería fácil determinarlo pensando un poco, pero no vale la pena. La edad de Ana María la sé sin vacila­ciones: 18 años. 18 años, porque murió unos meses después y sigue teniendo esa edad cuando abre por la noche la puerta de la cabaña y corre sin hacer ruido, a tirarse en la cama de hojas.
Era un fin de año y había mucha gente en casa. Recuerdo el champán, que mi padre estrenaba un traje nuevo y que yo estaba triste o rabioso, sin saber por qué, como siempre que hacían reuniones y barullo. Después de la comida los muchachos bajaron al jardín. (Me da gracia ver que escribí bajaron y no bajamos.) Ya entonces nada tenía que ver con ninguno.
Era una noche caliente, sin luna, con un cielo negro lleno de estrellas. Pero no era el calor de esta noche en este cuarto, sino un calor que se movía entre los árboles y pasaba junto a uno como el aliento de otro que nos estuviera hablando o fuera a hacerlo.
Estaba sentado en unas bolsas de portland endurecido, solo, y a mi lado había un azadón con el mango blanco de cal. Oía los chillidos que estaban haciendo con unas cornetas compradas a propósito y que llegaron junto con el
champán, para despedir el año. En casa tocaban música. Estuve mucho tiempo así, sin moverme, hasta que oí el ruido de pasos y vi a la muchacha que venía caminando por el sendero de arena.
Puede parecer mentira: pero recuerdo perfectamente que desde el momento en que reconocí a Ana María —por la manera de llevar un brazo separado del cuerpo y la inclinación de la cabeza— supe todo lo que iba a pasar esa noche. Todo menos el final, aunque esperaba una cosa con el mismo sentido.
Me levanté y fui caminando para alcanzarla, con el plan totalmente preparado, sabiéndolo, como el se tratara de alguna cosa que ya nos había su­cedido y que era inevitable repetir. Retrocedió un poco cuando la tomé del brazo; siempre me tu­vo antipatía o miedo.
—Hola.
—Hola.
Yo le hablaba de Arsenio, bromeando. Ella estaba cada vez más fría, apurando el paso, buscando las calles entre los árboles. Cambié en seguida de táctica y me puse a elogiar a Arsenio con una voz seria y amistosa. Desconfió un momento, nada más. Empezó a reírse a cada palabra, tirando la cabeza para atrás. A ratos se olvidaba y me iba golpeando con el hombro al caminar, dos o tres veces seguidas. No sé a qué olía el perfume que se había puesto. Le dije la mentira sin mirarla, se­guro de que iba a creerla. Le dije que Arsenio estaba en la casita del jardinero, en la pieza del frente, fumando en la ventana, solo. (Por qué no hubo nunca ningún sueño de algún muchacho fu­mando solo de noche, así, en una ventana, entre los árboles.) Nos combinamos para entrar por la puerta del fondo y sorprenderlo. Ella iba adelante, un poco agachada para que no pudieran verla, con mil precauciones para no hacer ruido al pisar las hojas. Podía mirarle los brazos desnudos y la nuca. Debe haber alguna obsesión ya bien estudiada que tenga como objeto la nuca de las muchachas, las nucas un poco hundidas, infantiles, con el vello que nunca se logra peinar. Pero entonces yo no la miraba con deseo. Le tenía lástima, compade­ciándola por ser tan estúpida, por haber creído en mi mentira, por avanzar así, ridícula, doblada, sujetando la risa que le llenaba la boca por la sorpresa que íbamos a darle a Arsenio.
Abrí la puerta, despacio. Ella entró la cabeza; y el cuerpo, solo, tomó por un momento algo de la bondad y la inocencia de un animal. Se volvió para preguntarme, mirándome. Me incliné, casi le tocaba la oreja:
—¿No te dije que en el frente? En la otra pieza.
Ahora estaba seria y vacilaba, con una mano apo­yada en el marco, como para tomar impulso y disparar. Si lo hubiera hecho, yo tendría que quererla toda la vida. Pero entró; yo sabía que iba a entrar y todo lo demás. Cerré la puerta. Había una luz de farol filtrada por la ventana que sacaba de la sombra la mesa cuadrada, con un hule blanco, la escopeta colgada en la pared, la cortina de cre­tona que separaba los cuartos.
Ella me tocó la mano y la dejó en seguida. Caminó en puntas de pie hasta la cortina y la apartó de un manotazo. Yo creo que comprendió todo de golpe, sin proceso, de la misma manera que yo lo había concebido. Dio media vuelta y vino corriendo, desesperada, hasta la puerta.
Ana María era grande. Es larga y ancha todavía cuando se extiende en la cabaña y la cama de hojas se hunde con su peso. Pero en aquel tiempo yo nadaba todas las mañanas en la playa; y la odiaba. Tuvo, además, la mala suerte de que el primer golpe me diera en la nariz. La agarré del cuello y la tumbé. Encima suyo, fui haciendo girar las piernas, cubriéndola, hasta que no pudo moverse. Solamente el pecho, los grandes senos, se le movían desesperados de rabia y de cansancio. Los tomé, uno en cada mano, retorciéndolos. Pudo zafar un brazo y me clavó las uñas en la cara. Bus­qué entonces la caricia más humillante, la más odiosa. Tuvo un salto y se quedó quieta en seguida, llorando, con el cuerpo flojo. Yo adivinaba que estaba llorando sin hacer gestos. No tuve nunca, en ningún momento, la intención de violarla; no tenía ningún deseo por ella., Me levanté, abrí la puerta y salí afuera. Me recosté en la pared para esperarla. Venía música de la casa y me puse a silbarla, acompañándola.
Salió despacio. Ya no lloraba y tenía la cabeza levantada, con un gesto que no le había notado antes. Caminó unos pasos, mirando el suelo como al buscara algo. Después vino hasta casi rozarme. Movía los ojos de arriba abajo, llenándome la cara de miradas, desde la frente hasta la boca. Yo es­peraba el golpe, el insulto, lo que fuera, apoyado siempre en la pared, con las manos en los bolsillos. No silbaba, pero Iba siguiendo mentalmente la música. Se acercó más y me escupió, volvió a mirarme y se fue corriendo.
Me quedé inmóvil y la saliva empezó a correrme, enfriándose, por la nariz y la mejilla. Luego se bifurcó a los lados de la boca. Caminé hasta el portón de hierro y salí a la carretera. Caminé horas, hasta la madrugada, cuando el cielo empezaba a clarear. Tenía la cara seca.[...]